Aniversário do Jornalista Vaz
Homenagem ao Jornalista Vaz - 21 de dezembro
Mostra de esculturas de Baselitz - Museu de Arte Moderna da Cidade de Paris
Esculturas em madeira (policromadas), tamanhos diversos
Homenagem ao Jornalista Vaz - 21 de dezembro
Mostra de esculturas de Baselitz - Museu de Arte Moderna da Cidade de Paris
Esculturas em madeira (policromadas), tamanhos diversos
El naufragio por excelencia
Enrique Vila-Matas
Simon Leys, autor medio secreto que vive en Australia desde hace cuatro décadas, elabora una crónica intensa y mínima del hundimiento del Batavia en 1629 que revela cómo lo peor puede llegar después de las zozobras, las catástrofes y las crisis. Tras ellas, puede encontrarse al otro lado de la puerta algo aún ligeramente más infame: el tiempo del horror.
Leí hace ocho años las escasas noventa páginas de Les naufragés du Batavia, de Simon Leys. Y recuerdo haber pensado, de entrada, que su breve Advertencia preliminar encajaría en la antología más exigente de prólogos mínimos de toda la historia. En cuanto al libro, me admiró por su sobria capacidad de síntesis y por las dosis de sabiduría extraña en cada línea. Releerlo en su reciente traducción al castellano me ha permitido reencontrarme con esta intensa y casi inverosímil (parece más bien un guion de Hollywood, pero lo asombroso es que todo ocurrió verdaderamente) crónica del más famoso naufragio del siglo XVII. Del naufragio y del estado de terror que siguió a éste.
El del Batavia me parece el naufragio por excelencia, precisamente porque nos indica que las zozobras, crisis y catástrofes son eso, zozobras, crisis y catástrofes, pero lo peor puede venir después.
En estos tiempos en los que con extraña constancia, sin el menor desfallecimiento, las noticias financieras de cada día se muestran ensimismadas en la ya casi complaciente descripción del naufragio general, bueno es recordar que no todo termina en una crisis recurrente y que a veces puede encontrarse al otro lado de la puerta algo aún ligeramente más infame: el tiempo del horror. Ell hundimiento de este barco holandés se produjo en 1629 y fue sin duda el desastre marítimo más sonado hasta el hundimiento del Titanic tres siglos después.
El Batavia chocó con un arrecife de los Houtman Abrolhos, a un centenar de kilómetros mar adentro del continente australiano. Los casi trescientos supervivientes del naufragio, refugiados en cuatro islotes, fueron cayendo en los días siguientes bajo la tiranía de uno de ellos, un psicópata llamado Cornelisz, amigo del pintor Torrentius (de quien se conserva sólo un cuadro, una pintura que se encuentra en Ámsterdam y que es de una perfección inquietante).
El imprevisto tirano, ayudado por algunos compinches de poca monta, se dedicó a instaurar un régimen de terror y a masacrar a los otros náufragos de manera progresiva y metódica. Meses más tarde, cuando ya había acabado con dos tercios de sus infelices rehenes, vio interrumpida su criminalidad por la inesperada aparición de una vela blanca en el horizonte, la providencial llegada de un navío de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, empresa propietaria de la nave, un barco mandado desde Java para auxiliar a los náufragos.
En los crímenes de Cornelisz se instaló desde el primer momento una alucinante gratuidad, que no vino más que a confirmar que la arbitrariedad misma constituye la esencia eficaz y sin apelación de todo Terror.
En el siglo pasado, nos dice Leys, nadie corroboró mejor esto que los verdugos de Auschwitz que, al ser preguntados por los inocentes que conducían a la muerte, respondían: "Para esto no hay un porqué".
Simon Leys (Bruselas, 1935) seudónimo de Pierre Ryckmans, estudió en la Universidad de Lovaina y luego se fue a Taiwán a estudiar literatura y arte chinos. Desde los años setenta vive en Australia. Se le puede leer con frecuencia en Le Magazine Littéraire y en The New York Review of Books, y es uno de esos autores medio secretos que, de recibir algún día el Premio Nobel, se convertiría en el clásico premiado que deja fuera de juego a toda esa comunidad mediática internacional que apuesta todos los años por los mismos e inconmovibles no laureados de siempre.
En su genial Advertencia preliminar de Los náufragos del Batavia nos revela Leys que durante una infinidad de años estuvo preparándose a fondo para escribir un libro sobre la mítica catástrofe y nos pregunta: "¿Se os ha ocurrido una idea magnífica con la que soñáis escribir un libro? No corráis en llevarla a la práctica; no hace falta, pues podéis estar seguros de que, tarde o temprano, a algún otro se le ocurrirá la misma idea... y hará de ella un uso perfecto".
Durante 18 años Simon Leys acarició ese proyecto de escribir la historia de los náufragos del Batavia. Coleccionó casi todo lo que se publicaba sobre el asunto; luego pasó una temporada en las islas Houtman Abrolhos, emplazamiento del naufragio; se alojó casualmente en la zona donde en el siglo XVII tuvo lugar la masacre sistemática de náufragos y hasta vio el esqueleto de alguno. A lo largo de los años continuó acumulando notas, pero sin decidirse nunca a escribir la primera página de esa famosa obra en gestación que en la imaginación de sus amigos comenzó a adquirir poco a poco una dimensión mítica. De tiempo en tiempo, se enteraba de que había salido un nuevo libro sobre su asunto: "Me entraba un sudor frío, y corría a por ese libro temblando. Pero no, no era más que una falsa alarma; no tardaba en darme cuenta, con alivio, de que el autor había errado una vez más su objetivo, lo que reforzaba mi falso sentimiento de seguridad".
Hasta que un día apareció el libro de Mike Dash sobre el naufragio, un libro perfecto. Con La tragedia del Batavia (Lumen, 2003), Dash dio en la diana y teóricamente no le quedó a Leys ya nada que decir, por lo que guardó toda la documentación y notas acumuladas a lo largo de 18 años y al final optó por publicar sólo las casi noventa páginas de su "modesto" Los náufragos del Batavia con la única intención de que éstas "pudieran inspirar el deseo de leer el gran libro de Dash".
Así pues, el libro de Leys es la crónica en la que explica por qué no escribirá la novela sobre aquel naufragio maldito y siniestro. Me ha recordado a Marcel Bénabou que en Por qué no he escrito ninguno de mis libros dice saber muy bien cómo habría podido tratar todos los grandes temas a los que renunció: "Habría disfrutado anegándolos en la abundancia, en la exuberancia, en la opulencia y la profusión de un vocabulario selecto, sin temor al exceso ni a la plétora, al desbordamiento ni a la redundancia...".
Casi contengo la risa cada vez que leo estos párrafos de Bénabou que me hacen recordar al Eclesiastés: "Ten presente que hacer libros es una tarea que no tiene fin y que mucho estudiar fatiga el cuerpo". Sin duda, la sabiduría china de Simon Leys le llevó a escribir este modesto y mínimo libro a modo sólo de introducción al gran libro de Dash, cuya lectura, dicho sea de paso, podemos retrasar todo el tiempo que queramos después de haber leído la impresionante síntesis de la historia que nos ofrece Leys, síntesis que parece corroborar la creencia borgiana de que si una historia la podemos contar en pocas líneas no es necesario que escribamos una novela entera. No quiero ni imaginar lo que sería una síntesis, por ejemplo, de la tetralogía de Ruiz Zafón. En manos del jíbaro Leys sería una obra de arte.
Y en fin. Estoy seguro de que nadie ya nunca podrá sintetizar mejor en tan pocas páginas la historia de terror que siguió al naufragio del buque holandés, una historia que hacia el final nos habla de esa determinación desesperada que se apodera a veces de la gente honrada cuando un agresor injusto les fuerza a batirse para defender su vida. Quizás sea porque nos recuerda donde estamos, pero también el estado general de terror en el que al menor descuido podríamos caer, el libro de Leys parece estar ahí, a nuestra disposición, por si en algún momento quisiéramos considerar que tiene algo de barco de Java, sobradamente capaz de acudir a socorrernos con su vela blanca.
Enrique Vila-Matas
As moças de olhos de águas-marinhas
Pintura de Pablo Picasso - Óleo sobre tela / Fase azul (Grand Palais Paris França)
Tortura: a dialética dos meios e fins
Franklin Cunha
A tortura, para os que a justificam, sempre se remete à dialética entre meios e fins.
Gillo Pontecorvo, em seu filme de 1966 A Batalha da Argélia, introduz uma cena reveladora sobre a questão: o general francês Mathieu ( no filme assim é apresentado o general Massú, chefe da repressão aos nacionalistas argelinos) , convocou uma entrevista com jornalistas os quais logo lhe perguntam se era verdade que os militares franceses torturavam prisioneiros. Muito tranqüilo Mathieu respondeu: “ Senhores, o tema não é a tortura. O tema é se queremos que a França saia ou não da Argélia. Se vocês desejam que a França permaneça no país, não me perguntem pelos meios que emprego para conseguir este fim”.
Além da resposta do militar francês, o notável na entrevista foi que nenhum jornalista se atreveu a retrucar.
Assim, Mathieu conseguiu atingir seu objetivo: justificar os meios através dos fins. Com o mesmo tipo de dialética, alguns defensores do golpe de 64 (que chamam de Movimento) e da tortura , tentam justificar aqueles dois trágicos acontecimentos na história da nação e afirmam que o fato importante sucedido naquela época não foi a tortura, mas sim o combate à guerrilha, à subversão e as ameaças comunista, à família, à liberdade.
A verdade é que o tema a ser relembrado é sim, a tortura. O tema absoluto e definitivo é que a tortura não pode ser o meio válido para se obter nada. Isto porque, tudo o que se consegue através dela nasce com o estigma da destruição física e moral do ser humano.
Na Argentina, em 1976, em plena rua pública,foi assassinado por agentes da junta militar o jornalista Rodolfo Walsh o qual tinha dado publicidade a uma carta dirigida aos militares golpistas, na qual, entre outras afirmações, dizia: “ Mediante sucessivas concessões à suposição de que o fim de exterminar a guerrilha justifica todos os meios que utilizam, vocês chegaram à tortura absoluta, intemporal, metafísica na medida em que o fim original de obter informações se perde nas mentes perturbadas dos que a praticam para ceder ao impulso de machucar a substância humana até quebrá-la e fazê-la perder a dignidade que o verdugo já perdeu e quem o comanda também”.
Walsh , ao comentar a relação torturador–torturado chegou à conclusão que ambos se fundem na abjeção, na desumanidade já que a tortura provoca a perda da dignidade do torturado quando este cede, fala, delata e assim trai seus amigos, enquanto que o torturador assume a figura do artesão da dor instrumental, da vexação, da perda de qualquer escrúpulo humano.
Enfim, humildemente, peço perdão a alguns ex-torturados e aos familiares de outros assassinados por lembrá-los de fatos tão desagradáveis, mas, creio, ainda tempestivamente necessários. E aos torturadores espero que a desmemória não os perdoe.
© Franklin Cunha - Publicado no jornal Zero Hora
Imagem: Andy Warhol, 1971
Mostra-te.
És pela última vez
A região que nos orientou para a vida.
As tropas se apoderam da tua antiga superfície,
Um povo inumerável voltou
Para reconquistar a terra da família.
O trabalho é surdo e vagaroso:
Rebentar os rios, chamar a correnteza,
Vencer montanhas inimigas
Até que tudo novamente ressuscite
No deserto de um mundo indivisível.
Abre-te, mas não como antes
Para a nossa gente te abrias:
Tens de parecer generosa
Com quem assume tua hegemonia.
As paredes rangem: é o teu grito de partida.
E todo o resto que desaba contigo:
O caleidoscópio imaginário,
A esperança fraturada em mil antíteses,
Os espetáculos do meio-dia,
Quando represávamos um pouco mais
A nossa eterna angústia feminina.
Lembra que antes de nós nada havia
Que não fosse uma ausência tranquila,
O firmamento aprisionado
Dentro de um continente movediço...
Realizamos em ti a história dos nossos nomes
E, num surto de abstração, certo dia,
Levitamos sobre o jardim que te acolhia.
Hoje, um outro incendeia a torre
E põe abaixo a genealogia das tuas filhas.
Imita a nossa queda desmaiada,
Que surtirá numa implosão,
E juntas teremos submergido.
Age naturalmente:
entrega-te humilde,
Não te agarres a nada,
não resistas.
Nua, de braços abertos,
És pela última vez a deslumbrante cortesã,
Fonte da nossa mitologia.
Agora morre.
© Mariana Ianelli, 2011