Sábado, 13.08.11

A vida como ela é

O Baloiço

 

António Lobo Antunes

 

Abriu o gás do fogão e sentou-se no sofá, à espera. Não sentia cheiro nenhum: ter-se-ia esquecido de fechar alguma janela? Foi ao quarto, ao escritório, à sala, verificou os trincos e voltou a sentar-se no sofá, muito direita, de mãos nos joelhos, na atitude de quem aguarda a sua vez para ser atendida num consultório qualquer. Não pensava em nada de especial, pensava no vazio.

 

Chegavam lhe barulhos da rua: automóveis, claro, uma camioneta, junto ao minimercado, e um sujeito a retirar caixotes, amontoando-os, uns sobre os outros, no chão. A sereia dos bombeiros a marcar o meio dia. Passos no andar de cima, de mulher, porque o som agudo dos saltos. Conhecia-a de se cumprimentarem no elevador, onde a outra entrava com um estojo de violino: tocava numa orquestra e morava sozinha. Às vezes um homem acompanhava-a, nem sempre o mesmo, muito mais velhos do que ela, de cabelo comprido de artista, com um estojo de instrumento também.

 

Olhou para o relógio: abrira o gás há cinco minutos, não, seis, e não fazia ideia do tempo que demorava a espalhar-se pela casa. Coçou o cotovelo a lembrar-se da mãe, que se movia devagar por causa do coração. O pai morrera há anos, à hora do jantar: o garfo caiu de repente da mão, fitou-a espantado, deixou de espantar-se e o queixo desceu na direcção do prato. Pareceu-lhe que ia dizer qualquer coisa mas não disse nada.

 

Recordava-se do garfo na toalha e da mudez da mãe, de pedir auxílio pelo telefone, de um fulano de bata a estendê-lo no tapete, a aplicar-lhe uma máscara na cara, a retirar-lhe a máscara da cara, a puxar uma seringa de uma maleta, de joelhos sobre o pai, a informar, do tapete, que não. No dia seguinte a autópsia, no dia seguinte o velório, no dia seguinte o enterro. Colegas de emprego, cumprimentos, o taxi da volta, com a mãe de lenço amarrotado no punho. Tudo tão simples, tão rápido, tão poucas palavras.

 

A marca do corpo do pai na poltrona, onde resolvia as palavras cruzadas do jornal, desvaneceu-se lentamente. A única diferença consistiu na fotografia emoldurada na sala, com uma jarra de flores ao lado. E logo a seguir o inverno, logo a seguir chuva, uma tristeza mansa nas coisas. Menos despesa em comida, claro. O pincel da barba junto ao lavatório.

 

Mudou de prédio no fim desse inverno por nenhuma razão especial. Mas trouxe o pincel da barba e colocou-o junto ao lavatório novo, de mistura a sua escova, os seus cremes. Comprou uns móveis, quase sem escolher, um quadrozinho com barcos. Trabalhava como jornalista numa rádio, lia as notícias da manhã. Tal como a mulher do estojo do violino às vezes um homem, nem sempre o mesmo, acompanhava-a. Não ficavam a noite inteira, iam-se embora antes.

 

Companheiros da rádio, o do desporto, o especialista em assuntos económicos. Tirando pedir-lhes que não fumassem não havia conversas. Acerca de quê? Via-os vestirem-se sem sair da cama, escutava a porta bater. Então levantava-se, comia uma ou duas bolachas do armário e sentava-se no sofá, à espera. Como agora, em que principiava a dar conta de um aromazinho enjoativo mas ainda não sono. Perguntou-se quando viria o sono. O aroma enjoativo não chegava ao patamar dado que tapou a frincha sob a porta com um cobertor.

 

A mãe surgiu-lhe um instante na cabeça e desapareceu, substituída pela imagem de um baloiço num jardim, em que a empurravam em pequena. Vozes perdidas da infância, uma semana nas termas, a ver as pessoas crescidas beberem copos de água, a passear entre pinheiros, a aborrecer-se. Quem leria as notícias por ela, a partir de hoje? A impressão que entrava no quadrozinho com barcos, que se tornava um barco como os restantes. Nas termas um lago de cisnes e começou a deslizar como eles, em silêncio. Isso conhecia bem, o silêncio. Achava-se rodeada de silêncio, vestida de silêncio, cheia de silêncio por dentro. O garfo caiu da mão do pai sem som nenhum. Estendeu-se no sofá, de olhos abertos, enquanto o baloiço ia e vinha. Achou estranho que o baloiço vazio. Não achou estranho que o baloiço vazio; no fim de contas já não sobrava ninguém para se alegrar nele.

 

 

 

António Lobo Antunes  

Imagem: Cezar Almeida - Pintura (Efeito borboleta)

 

 

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publicado por ardotempo às 21:56 | Comentar | Adicionar

O uso das palavras

Una criatura hecha de palabras

 

Alberto Manguel

 

Narrativa: A. S. Byatt 

 

Hay autores que imaginan el mundo en unas pocas líneas; otros requieren el espacio de varios volúmenes para explorar ampliamente la geografía elegida. A. S. Byatt es sin duda uno de estos últimos. A lo largo de cuatro fornidos tomos (dos de los cuales tienen más de 800 páginas cada uno), la saga de Federica Potter retrata con asombrosa lucidez la segunda mitad del siglo XX en Inglaterra. Pero decir que esta tetralogía (de la cual La Torre de Babel es el tercer volumen) es un estudio sociológico o psicológico a la manera de uno de aquellos grandes verborágicos, Romain Rolland o Anthony Trollope, sería una injusticia en el caso de Byatt. La saga entera, y sobre todo este tercer volumen, es una meditación literaria sobre el amor, las relaciones sexuales, la familia, la literatura, la amistad, la fidelidad (y la falta de fidelidad), el sentido de la historia y, más que otra cosa, sobre el lenguaje.

 

La Torre de Babel es el valiente intento de demostrar hasta qué punto somos el lenguaje que usamos y que recreamos. Federica Potter es muchas cosas, pero es, sobre todo, una criatura de palabras. Los lectores que conocieron a Federica en los dos primeros volúmenes (pero no es necesario haberlos leído para disfrutar de La Torre de Babel) se encontrarán aquí con la misma mujer inteligente y animada, quien, después de la atroz muerte de su hermana, piensa encontrar refugio del mundo casándose con un millonario conservador, el apuesto Nigel Reiver. Pero Reiver cree que tiene derecho a dominar todo, incluida su mujer, y cuando trata de imponer su voluntad por la violencia, Federica huye de su casa, llevándose consigo a su hijo de cuatro años, y se instala en Londres.

 

Estamos en los años sesenta: los Beatles, la liberación sexual, la política contestataria. Dos complejas narraciones paralelas dan su estructura a la novela: por un lado, los pormenores de dos juicios legales a los que Federica es sometida, el primero por su divorcio, el segundo para defender a un amigo acusado de publicar un texto obsceno; por el otro, la actividad literaria de Federica, reflejada en un libro de anotaciones que está compilando, La Torre de Blablablá, y en una serie de comentarios, críticas y clases magistrales sobre diversas obras literarias. De manera casi mágica, el lector descubre que la ficción que está leyendo está construida sobre las ficciones leídas por la protagonista, la vida como cuento.

 

La historia de Federica transcurre en una supuesta realidad documental, pero su contexto, su sentido, sus posibles interpretaciones y ramificaciones se encuentran en las páginas de Kafka, D. H. Lawrence y el marqués de Sade. En este sentido, la traducción de Susana Rodríguez - Vida es un triunfo, ya que consigue transmitir al lector español la compleja trama de diversos lenguajes - coloquiales, judiciales, amorosos, filosóficos, literarios - que hacen a esta novela.

 

La Torre de Babel está poblada de fantasmas, sea invisibles, salvo en la memoria, como la hermana muerta y como ciertos personajes del pasado de Federica, y visibles, como los diferentes hombres y mujeres que solo cobran realidad en la mirada de la protagonista: su amante John Ottokar, y su inquietante hermano gemelo, el escritor secreto Jude Mason, a quien defiende en el juicio; su prodigioso hijo Leo, de apenas cuatro años, y los hijos de su hermana, abandonados por su padre, incapaz de relacionarse con ellos.

 

La bíblica Torre de Babel fue erigida como un desafío a los cielos y fue castigada con la pluralidad de lenguajes. La novela de Byatt redime aquella antigua ambición para su protagonista, y convierte el castigo lingüístico en una bendición. Para que su ambición se realice, Federica debe encontrar en el lenguaje cotidiano la multiplicidad de Babel, no ya muchas lenguas del mundo, sino una sola múltiple, ambigua, rica en posibilidades, cotidiana y literaria, práctica y trascendente, para salir adelante y sobrevivir. Son su pasión y coraje los que llevan a Federica a su destino, pero es el lenguaje el que la salva. Pocas otras novelas contemporáneas demuestran, con tanto talento, la fe de su autor en el uso de la palabra.

 

Alberto Manguel - Publicado em Babelia

publicado por ardotempo às 21:08 | Comentar | Adicionar

"Todo o mundo está em meu interior”

Borges en el corazón

 

Gay Talese

 

Lo que sigue es la reproducción del relato que escribí de mi única entrevista con Borges, que tenía entonces 62 años (y su madre, de 85), que llevamos a cabo en un hotel de Nueva York (creo que era el Algonquin, en la Calle 44 Oeste) y se publicó en The New York Times el 31 de enero de 1962.

 

En aquella época, yo tenía 30 años y era redactor del Times; aquel día mi redactor jefe me ordenó que fuera a entrevistar a Borges, cuya obra conocía por supuesto; me sentí ligeramente nervioso ante la perspectiva de conocer a la gran figura literaria en persona.

 

Nos encontramos en el vestíbulo del hotel, a la hora acordada, y, aunque yo sabía que era ciego, lo primero que me impresionó fue su aparente estado de alerta, la impresión que daba de enterarse de todo, sentado muy recto en una silla tapizada de respaldo alto, desde donde parecía observar las idas y venidas de docenas de huéspedes que recorrían el ruidoso vestíbulo. Junto a él se sentaba su madre, que, a pesar de tener 85 años, no aparentaba más de 60 y que, podría añadir, era de una belleza asombrosa para tener cualquier edad. Pensé que no podía haber sido más bella ni cuando tenía 25 años; porque, a los 85, irradiaba una vitalidad y una energía intemporales, y la suave piel de su rostro era la de una mujer bien conservada que (no me cabía la menor duda) debía de dedicarse a diario a mantener su atractivo; seguro que pasaba horas delante de un espejo con el fin de satisfacer su deseo de representar la perfección para todas las personas con las que se encontrase. Durante la entrevista que hice a su hijo, no pude evitar mirarla mientras nos escuchaba y, a veces, introducía alguna palabra para subrayar lo que estaba diciendo él.

 

La entrevista no duró más de media hora; he aquí, reproducido, el artículo que escribí en aquella memorable ocasión, en 1962, cuando conocí a Borges y a su inolvidable madre. Como su padre y su abuelo, su bisabuelo y su tatarabuelo, Jorge Luis Borges se ha quedado poco a poco ciego. Pero hasta la ceguera, dice, tiene ventajas.

 

"Antes, el mundo exterior interfería demasiado", me decía este intelectual argentino de 62 años ayer en Nueva York. "Ahora, todo el mundo está en mi interior. Y veo mejor, porque puedo ver todas las cosas que sueño. Fue una ceguera gradual, nada trágica", continuó. "Si uno se queda ciego de pronto, el mundo se le hace añicos. Pero si primero pasa por un crepúsculo, el tiempo fluye de manera diferente. No es preciso hacer nada. Uno puede quedarse sentado. Las personas ciegas tienen mucha dulzura. Las sordas, en cambio, no. Las personas sordas son muy impacientes. A veces, la gente se ríe de los sordos. Nadie se ríe de un ciego".

 

"El jueves", dijo el doctor Borges, "doy una conferencia en... ¿En? ¿Cómo se llama ese sitio?".

 

"Yale", dijo su madre.

 

"Eso es, Yale", siguió él. "Voy a hablar sobre William Henry Hudson, un escritor inglés nacido en Argentina. Y el 6 de febrero, estaré en Harvard. El 12 de febrero, en la Universidad de Columbia. Y el 14 de febrero, en Princeton. Hablaré de clásicos argentinos como el magnífico poema Martín Fierro, que trata de un gaucho y fue escrito en 1872 por Hernández. El gaucho es un personaje realista pero poco romántico; también presentaré al otro gran poeta argentino, Lugones, que tradujo a Homero al español".

 

Durante toda su gira de conferencias, el doctor Borges contará con la ayuda de una memoria extraordinaria, casi absoluta – otra consecuencia de la ceguera –, y de su madre, que, a sus 85 años, parece tan dinámica y se conserva tan bien como una de esas atractivas mujeres de 60 años dadas al narcisismo, algo que no parece ser el caso de la señora Borges.

 

La madre de Borges, como su hijo, pasó la mayor parte de sus años prerrevolucionarios en Buenos Aires luchando contra Juan Perón, y en una ocasión pasó una semana en la cárcel por participar en una manifestación contra él.

 

"Los escritores sufrieron mucho con el dictador", asegura el doctor Borges, aunque igual de mala era la situación en Argentina hace 30 años, "cuando nos leíamos las obras y nos lavábamos la ropa unos a otros". Pero hoy los escritores han progresado, y en especial él. Es autor de 30 libros de ensayo, poesía y relato, y su primera recopilación traducida al inglés saldrá publicada esta primavera en New Directions, bajo el título Labyrinth.

 

"No creo que Perón supiera que había literatura en su país", opina el doctor Borges. "Nos puso todos los obstáculos posibles, pero lo que más le importaba, en realidad, era agitar a todo el mundo en contra de Estados Unidos y mandar a la gente a la cárcel". Aunque el doctor Borges no puede adivinar las consecuencias a largo plazo de la última reunión de la Organización de Estados Americanos en Punta del Este, Uruguay, dice que, "por desgracia", Fidel Castro parece afianzado, y "los comunistas son muy listos".

 

"Los estadounidenses son siempre unos incomprendidos", añade. "Si dan dinero, la gente piensa que es un soborno. Si no lo dan...", reflexiona, "quizá sea mejor".

 

La madre del doctor Borges miró su reloj y le recordó que tenían una cita en otro lugar unos minutos después. Me puse de pie, les di la mano a los dos y les agradecí que me hubieran dedicado su tiempo.

 

Volví corriendo al edificio de The New York Times, que estaba a solo dos manzanas, con la esperanza de escribir algo que hiciera justicia al rato que había pasado con aquel extraordinario hombre de letras y su madre. También pensé en lo que había dicho sobre las personas ciegas, sobre todo esta frase inolvidable: "Ahora, todo el mundo está en mi interior... Y veo mejor, porque puedo ver todas las cosas que sueño".

 

 

 

Gay Talese - Publicado em El País

publicado por ardotempo às 14:46 | Comentar | Adicionar

Editor: ardotempo / AA

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