Domingo, 05.06.11

Os que escrevem e os que desenham

Livros em pintura

 

Enrique Vila-Matas

 

 

 

En el principio fue el dibujo y luego las letras, después todo se invirtió. Ahora esta fórmula de los libros clásicos ilustrados vuelve como una de las estrategias para fomentar la lectura y reducir la crisis del sector. A los dibujos de Doré o Beardsley se suman los de artistas actuales que iluminan el ingenio de Hawthorne, Wilde, Brecht, Kipling o Schnitzler. Existe la creencia de que en las novelas que van ilustradas los grabados, los dibujos, se basaron siempre en los textos escritos. Y, sin embargo, no siempre fue así.

 

Hubo una época en la que los narradores que escribían novelas por entregas para los periódicos se ponían al servicio de famosos y prestigiosos dibujantes; primero, entregaban éstos sus ilustraciones, y después venían los narradores y se acoplaban a los dibujos de las estrellas de los grabados. Es el caso célebre del periódico londinense Evening Chronicle, que en 1836 le encargó al joven Dickens de 24 años que escribiese una serie de textos de carácter costumbrista para las ilustraciones del famoso dibujante Robert Seymour, gran estrella del momento. O sea que Seymour hacía las ilustraciones y a éstas las acompañaba posteriormente un texto adicional. La trama de las historias, por tanto, se subordinaba al dibujo. En el caso que nos ocupa, pronto surgieron las desavenencias entre la estrella Seymour y el genio - entonces desconocido - de Dickens. La obra concebida por el dibujante proponía, a través de sus grabados, un relato acerca de un club de cazadores llamado Nimrod, una sociedad de perdigueros cómicamente inexpertos...

 

Pero sucedió que el texto no tardó en imponerse a su ilustración, es decir, que el escritor desconocido se impuso al afamado dibujante. Leer el siguiente capítulo de Los papeles póstumos del Club Pickwick, la brillante y divertidísima historia de Dickens, se convirtió en una pasión tan grande en Londres que en unos meses provocó el aumento de la tirada del periódico desde los 400 ejemplares a los 400.000. Tras la quinta entrega, Seymour se suicidó. Nunca se había ilustrado de esa forma tan trágica la derrota de un ilustrador. A partir de ese momento, fue Hablot Knight Browne, alias Phiz, quien se encargó de los dibujos y quien permitió que Los papeles... se invirtieran y pasara Dickens a escribir el texto y, a partir de lo que dictaba la trama del narrador, se hacía la ilustración. Hace unos años, Jordi Llovet cedió por unas semanas los grabados de su ejemplar de 1837 de la edición original de Los papeles póstumos del Club Pickwick para que Mondadori, en su colección de Grandes Clásicos, traducción de José María Valverde (2004), remedara aquella primera edición en la que la unión entre Dickens y Phiz configuró uno de los libros ilustrados más extraordinarios de la literatura inglesa y también de la universal de todos los tiempos. Esa edición original de Los papeles... es uno de los faros que todavía hoy guían el espíritu de los esforzados impresores y empresarios de vocación literaria que tratan de hacer brillantes libros ilustrados, concentrándose, últimamente más que nunca, en la edición de clásicos de la literatura, lo que de algún modo facilita la lectura de algunos libros que absurdamente imponen respeto cuando en realidad los clásicos son los libros más contemporáneos que existen, quiero decir que son una fiesta de lo moderno, como se ve perfectamente en algunos de los libros que he seleccionado para estas páginas. Un día tendremos que ocuparnos del divertido tema de los escritores que dibujan.

 

Como es sabido, con el romanticismo, en Francia, los escritores empezaron a dibujar. La pluma corría por la hoja, se detenía, vacilaba, distraída o nerviosamente... A comienzos del XIX, comenzaron a aparecer escritores como Victor Hugo que demostraron ser, encima de grandes narradores, buenos pintores. Pero es que Victor Hugo era excesivo en todo y de hecho fue la excepción en la malévola regla que dice que los malos escritores dibujan bien, y viceversa. Me acuerdo ahora de los casos de Stendhal o de Balzac, que lo intentaron, pero se vio que eran dibujantes ridículos, infantiles, patéticos. El caso más interesante, que quedó al descubierto ante la nueva moda, fue el de los escritores que sabían dibujar demasiado bien (Mérimée, Alfred de Vigny, Théophile Gautier, los Goncourt, siempre los Goncourt) y que precisamente a causa de esto escribían rematadamente mal.

 

De esa época llama la atención especialmente Alfred de Musset, precursor de los cómics; componía para diversión suya y de amigos y familiares, historietas con conocidos personajes caricaturizados... Pero para terminar volvamos ya a los inefables hermanos Goncourt, los reyes del dibujo. De ellos son estas sabias palabras: "¡Dichoso oficio el del pintor comparado con el del hombre de letras! A la actividad feliz de la mano y del ojo en el primero, corresponde el suplicio del cerebro en el segundo. Y el trabajo que para uno es un goce para el otro es un completo sufrimiento...". Ni qué decir tiene que los Goncourt sufrieron toda la vida y todavía hoy su cerebro padece en la eternidad.

 

Enrique Vila-Matas

Imagem: Gustave Doré - Ilustração para a Divina Comédia - de Dante Alighieri

publicado por ardotempo às 21:36 | Comentar | Adicionar

"Viver sempre como pobre, mesmo tendo muito dinheiro"

Kahnweiler: uma mina de ouro en Paris

 

Manuel Vicent

 

Guiado por su olfato extraordinario y su deseo de ser marchante, compraba cuadros de pintores que empezaban: Picasso, Gris, Braque. En secreto les iba adelantando el dinero preciso hasta verlos salir de la miseria y adquirir la fama universal.

 

 Un joven judío alemán, de nombre Daniel-Henry Kahnweiler, nacido en 1884 en Mannheim, a la edad de 23 años alquiló un local de 16 metros cuadrados a un sastre polaco en la calle de Vignon, número 28, de París, pintó con sus propias manos el techo de blanco, cubrió las paredes con tela de sacos, colgó unos cuadros recién adquiridos en el Salón de los Independientes y esperó a que entrara el primer cliente en la tienda.

 

No tenía ninguna experiencia en el mundo del arte. Pudo haber sido agente de Bolsa, como su padre, o heredero de los negocios de minas de oro y diamantes en Sudáfrica, propiedad de uno de sus tíos, Sigmund Neumann, en cuya empresa radicada en Londres libró este vástago sus primeras armas financieras apenas abandonó la adolescencia. La noticia en otros webs webs en español en otros idiomas Con Picasso iba a las tabernas que le recordaban los burdeles de Barcelona. Atendía todas las necesidades de Juan Gris, de Braque...

 

Corría el año 1907. El dilema se le planteó cuando decidieron enviarle de representante del negocio a Johannesburgo. No le atraía en absoluto esa clase de riqueza que consiste en extraer un tesoro del fondo de la tierra con un trabajo de esclavos para volver a guardarlo a continuación en una cámara acorazada de los bancos bajo las pistolas de unos guardias. El oro nunca aflora. Siempre está enterrado, de una tumba a otra. Se sentía artista.

 

Abandonó las finanzas y la explotación de las minas de oro para ser músico, pero viéndose sin un talento extraordinario, un día se forjó una idea que no tuvo el valor de confesarla a sus padres y al principio la realizó de forma clandestina. Quería ser marchante de cuadros en París, con un propósito semejante al de director de orquesta. "Actuar como intermediario entre los artistas y el público, abrirles camino a los pintores jóvenes y evitarles las preocupaciones materiales. Si el oficio de marchante de cuadros tenía una justificación moral, sólo podía ser esa", dijo medio siglo después en la cima de la gloria. En 1904 la gente aún se burlaba o se crispaba antes los cuadros de los impresionistas.

 

El joven Kahnweiler cruzó un día el Faubourg de Saint Honoré cuando unos cocheros detenidos ante el escaparate de la galería de Durand-Ruel, donde se exhibía un Monet, gritaban: "Hay que quemar esta tienda que expone semejante porquería". No obstante los impresionistas ya comenzaban a ser caros, por eso decidió dedicarse a los pintores de su edad, objeto de toda clase de burlas. La gente iba al Salón de los Independientes a desternillarse de risa y a dar gritos de furor. En medio de aquel escarnio compró unos lienzos de Derain y de Vlaminck, pintores entonces desconocidos, que vivían en la miseria y poco después de colgarlos en las paredes de su tienda ambos artistas pasaron a saludarle. Fueron los primeros a quienes dio la mano. Pronto se corrió la voz por París de que había un jovenzuelo alemán que compraba cuadros de pintores que estaban empezando, un judío muy raro al que le gustaban las locuras de la última vanguardia.

 

Un día entró en su tienda un tipo con un aire poco común que le llamó la atención. Iba mal vestido, con los zapatos empolvados, era pequeño y rechoncho, con el pelo negro como un ala de cuervo volcada hasta la mejilla, pero tenía unos ojos que al marchante le parecieron magníficos. El visitante se puso a mirar los cuadros en silencio y se fue sin decir nada. Al día siguiente el joven misterioso volvió a la tienda de Kahnweiler acompañado de un señor mayor, gordo y barbudo. Miraron los cuadros y se fueron sin despedirse. El joven era Picasso y el viejo se llamaba Ambroise Vollard.

 

"Para que unos cuadros se vendan caros, han tenido que venderse muy baratos al principio", decía Picasso. Un historiador y crítico alemán, Wilhelm Uhde, amigo de Kahnweiler, le habló de aquel pintor y de un cuadro muy extraño que estaba pintando. Guiado por su olfato extraordinario este marchante novato dio muy pronto con la guarida que tenía en Montmartre. Había allí un tinglado de madera, que los artistas llamaban el Bateau Lavoir, por su semejanza con los barcos lavaderos de las riberas del Sena, que se extendía por la colina de la Rue de Ravignan, número 13. Estaba compuesto de compartimentos ocupados por pintores, que vivían en un grado de pobreza colindante ya de la miseria.

 

Por una de las ventanas Kahnweiler vio a un joven moreno que estaba comiendo una sopa hecha con huesos de aceituna triturados. Se llamaba Juan Gris y después hasta el final de su vida sería uno de sus mejores amigos. En otro habitáculo pintaba otro joven muy atractivo, que en el futuro llevaría de calle a las mujeres y a los coleccionistas. Se llamaba Georges Braque. En el camino por aquel infecto tinglado pasó junto a las ratoneras de Van Dongen y de un joven judío italiano, de nombre Modigliani, del escultor Brancusi, de Léger, del aduanero Rousseau y otros artistas desarrapados hasta llegar a la madriguera que le indicó una portera que vivía en la casa de al lado. La puerta estaba llena de papeles de avisos clavados con chinchetas: Eva te estera en Le Rat Mort... Derain ha pasado por aquí.

 

Le abrió Picasso en mangas de camisa, despechugado y con las piernas al aire. Estaba en compañía de una mujer muy hermosa, Fernande, y de un perro enorme llamado Frika. Al ver a aquel joven Picasso recordó lo que le había dicho Vollard aquel día en que visitaron su tienda. "Pablo, a este chico sus papás le han regalado una galería de arte por su primera comunión".

 

En el estudio de Picasso estaba un gran lienzo del que le habían hablado con escándalo. Era el cuadro Las señoritas de Aviñón. Kahnweiler observó el infecto desorden del estudio, no exento de ratas, y los papeles amontonados de dibujos que servían para encender la cocina y calentar la estufa en invierno. Derain le había comentado: "Cualquier día aparecerá Picasso ahorcado con una soga detrás de ese cuadro".

 

 

 

No obstante Kahnweiler veía que algunos lienzos estaban firmados con un je t'aime o ma jolie sobre bizcocho en forma de corazón, dedicado a su amante de turno. No le pareció que fuera tan desgraciado. Los pintores del Bateau Lavoir vivían en plena bohemia, se intercambiaban las amantes y modelos en aquel tinglado de madera donde reinaba una fiesta perenne de creación después de haber roto todas las reglas del arte.

 

Kahnweiler tuvo una inspiración.

 

De pronto le vino a la mente que aquel barco lavadero de Montmartre era una mina de oro y diamantes mucho más productiva que las de Sudáfrica y él tenía que ponerse al frente de esta empresa para sacar de la pobreza a aquellos mineros. Kahnweiler fue el que la descubrió bajo la razón social del cubismo y la hizo bendecir por los poetas Apollinaire o Max Jacob para darle prestigio. Allí en 1908 se celebró el famoso banquete, entre la burla y la admiración, en homenaje al ingenuo aduanero Rousseau, para resarcirle de la broma con que le impulsaron a robar una estatuilla egipcia del Louvre, que le costó la cárcel. Allí se celebró también el hecho de que a Max Jacob se le hubiera aparecido Cristo en un vagón de tren.

 

"Vivir siempre como un pobre teniendo mucho dinero". Esta fue siempre la divisa de Picasso. Con él iba Kahnweiler a las tabernas que le recordaban los burdeles de Barcelona. Con Vlaminck compartía una barca en el Sena. Les compraba cuadros. Atendía todas las necesidades de Juan Gris, de Braque, de sus mujeres y amantes para que pudieran pintar en libertad. No había contratos, ni publicidad, ni exposiciones al público. En secreto les iba adelantando el dinero preciso hasta verlos salir de la miseria y adquirir la fama universal. Como en las minas de oro y diamantes de Sudáfrica este descubridor de Picasso, de Braque y de Juan Gris se hizo también famoso. Escondió su tesoro durante la Primera Guerra Mundial y luego sobrevivió a la persecución de los nazis. Aquella tienda de la calle de Vignon evolucionó hasta transformarse en la galería Louise Leiris. Sin Kahnweiler no se podría entender la moderna historia del arte.

 

Manuel Vicent - Publicado em El País

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publicado por ardotempo às 20:52 | Comentar | Adicionar

Todas as vozes

Todas as vozes

 

Autoras brasileiras, como Mariana Ianelli, Carola Saavedra, Adriana Lisboa, Ana Paula Maia e Verônica Stigger, adotam estilos variados, conquistam visibilidade em premiações e desmancham os clichês de gênero. 

 

Carola Saavedra conjuga histórias de desamor, que revelam seus jogos de poder no ato sexual, a estratégias de narrativa inesperadas, e incorpora o debate sobre arte contemporânea a seu livro mais recente, Paisagem com Dromedário, finalista dos prêmios São Paulo de Literatura e Portugal Telecom.

 

Ana Paula Maia retrata sem rodeios o cotidiano brutal de homens cujo ofício os põe diante da vida reduzida a pó, no recém-lançado Carvão Animal. Verônica Stigger experimenta formas literárias e se apropria do readymade nos contos de Anões (também finalista do Portugal Telecom), que extrapolam a violência espetacularizada.

 

Adriana Lisboa se enveredou na memória da guerrilha do Araguaia para construir o pano de fundo dos solitários imigrantes que formam um trio improvável de amigos em solo americano, no livro Azul-Corvo, outro concorrente ao Prêmio São Paulo de Literatura.

 

Há tantos estilos quanto há escritoras”, resume Carola.

 

Os esquecidos

 

Adriana Lisboa (de Azul-Corvo) e todos os demais autores da Rocco ficaram de fora da lista de finalistas do Prêmio Portugal Telecom de Literatura Portuguesa, antes de qualquer demérito, por um motivo simples: a editora se esqueceu de inscrever os livros publicados em 2010. Ao perceber, já tarde demais, pediu desculpas.

 

A investigação de um outro sujeito Contra qualquer possibilidade de estereótipo, a escritora carioca Ana Paula Maia destrincha universos masculinos marginais em sua prosa seca, desde sua estréia literária, em 2003, com O Habitante das Falhas Subterrâneas, quando ainda escrevia sob o impacto da leitura de O Apanhador dos Campos de Centeio, de J. D. Salinger.

 

Uma proposta de enigma Carola Saavedra é a única mulher finalista das duas principais premiações literárias em curso. Paisagem com Dromedário, seu terceiro romance, concorre entre os dez indicados a melhor livro pelo Prêmio São Paulo de Literatura e entre os 50 do Prêmio Portugal Telecom de Literatura Portuguesa. É o reconhecimento à obra na qual a escritora aprofunda temas e experiências formais que já vinha testando. Ao olhar amplamente para as prateleiras de literatura brasileira, vê-se que as vozes das escritoras se multiplicaram.

 

Há mil assinaturas distintas, e não só no texto: o jeito como cada autora lida com sua identidade como profissional da escrita é bem distinto também”, afirma o crítico literário Antonio Marcos Pereira, professor da Universidade Federal da Bahia e colaborador do caderno “Prosa e Verso”, do jornal O Globo. E elas têm encontrado mais espaço para ressoar. “O que eu identifico é que, a partir da minha geração, começa a haver maior visibilidade para as mulheres na literatura. Me parece uma consequência lógica das mudanças na sociedade. Por que isso não aconteceria na literatura também?”, constata Carola. A consequência dessa pluralidade há de ser o alargamento do imaginário sobre a mulher escritora. “Isso possibilita a associação da escritora como capaz de abordar assuntos diversos, com estilos e linguagem e temas também diversos”, diz Ana Paula Maia. “Penso que a grande variedade de experiências literárias realizadas por escritoras ajuda a desmanchar todos os clichês que se costumam lançar sobre a imagem da mulher que escreve literatura”, completa Verônica Stigger.

 


 

A poeta Mariana Ianelli, outra entre os 50 finalistas do Prêmio Portugal Telecom, pelo livro Treva Alvorada, identifica, sobretudo, duas linhas de força: “Há variações em torno de uma linguagem que absorve do mundo o que nele há de convulsivo, que estetiza a violência, o tempo fragmentado, a crueza da realidade, uma cotidianidade que muito raramente se deixar tocar pelo sublime. Por outro lado, existem vozes que se aproximam num sentido inverso, ascendente, realçando a sutileza, o inefável, o que acrescenta à realidade cotidiana, brutal, fragmentada, uma outra realidade possível”, diz.

 

Implodem-se, diante desse panorama, as expectativas mais restritas sobre o universo da escrita da mulher. Nada mais coerente com as últimas décadas, que abandonaram a coesão em nome da heterogeneidade não somente na literatura feita por uns ou outras, mas nas artes como um todo. É um caminho aberto.

 

Destaques

 

Provocado pela reportagem, Pereira destaca aquelas autoras cuja obra despertam seu maior interesse. “A Carola Saavedra é, acho, a que ainda vai ter um grande livro: penso que ela está reelaborando mais ou menos as mesmas coisas, e que uma hora vai sair um ‘uau’ dali. A leio desde que ela apareceu, num conto em O Globo, temos a mesma idade, já resenhei livros dela e, com ela, tenho uma coisa de parceiro geracional”, prediz. “A Stigger me fascina porque a ficção (cabendo aí lembrar que os textos dela são meio sem lugar, o que também é interessante) dela tem muita astúcia e graça, é ao mesmo tempo leve e incisiva, e agrada algo em mim que gosta de dadaísmo: a cocada-mole, a Baleia-sem-cu, as coisas que ela faz com partículas de um vernáculo que reconhece a fala do presente. E graça, em literatura, é raro pacas.

 

Para completar, o crítico cita Simone Campos, que não publica desde o livro de contos Amostragem Complexa, de 2009, mas se tornou respeitada precocemente, aos 17 anos, quando estreou com No Shopping, com uma literatura ligada a blog, na qual oferecia um retrato geracional. “Ela se descolou disso e tem buscado inventar uma tradição pra si mesma, explorando gêneros supostamente menores – ficção científica, melodrama etc”, argumenta.

 

Matemática

 

Na ponta do lápis, porém, a matemática ainda é descompensada. Há nove mulheres entre os 50 finalistas do Portugal Telecom e duas entre os dez que concorrem a melhor livro do ano no Prêmio São Paulo de Literatura. Que essa pluralidade de vozes, cada vê mais, se traduza em qualidade e não deixe de ser notada pelos leitores e críticos literários – inclusive aqueles que, procurados pela reportagem do Caderno G Ideias, se abstiveram de comentar essa geração, justificando ter lido poucas ou nenhuma delas. “Se formos fazer essa distinção dentro da literatura, não será difícil encontrar uma certa discrepância nos critérios utilizados pela crítica. A começar por esse mesmo enquadramento de escritoras em ‘literatura feminina’ ou ‘literatura feita por mulheres’, algo sobre o qual se discute e se polemiza, sem haver o equivalente de uma ‘literatura feita por homens’”, pondera Mariana Ianelli.Essa é uma discrepância de tal modo instituída que, muitas vezes, nem se caracteriza como tratamento injusto ou pejorativo, a exemplo das inúmeras coletâneas de mulheres escritoras.

 

 

 

Publicado na Gazeta do Povo

publicado por ardotempo às 16:07 | Comentar | Adicionar

Editor: ardotempo / AA

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