Terça-feira, 10.05.11

Uma aposta valente

 

 

 

A leitura de Don Frutos por Del Rey

 

 

 

Aldyr Garcia Schlee: Don FRUTOS - Romance 

 

José María del Rey Morató

 

El distinguido escritor brasileño publicó este libro en edições ardotempo, Porto  Alegre, 2010. Está ilustrado con dos imágenes del protagonista: una pintura atribuida a Hermann Rudolph Wendroth y una litografía de Risso (“Retrato del Brigadier General Fructuoso Rivera”). Garcia Schlee ha sido profesor universitario en ciencias humanas y literatura. Vencedor dos veces en la Bienal de Literatura Brasileña (1982 y 1984), recibió cuatro veces el Prêmio Açoriano de Literatura (1997, 1998, 2001 y 2010).

 

Este libro es una novela histórica. Esta obra extensa, producto del trabajo de muchos años, recrea la historia con los detalles que permiten presentar una construcción del pasado y su memoria con los mismos derechos que si se tratara de una mera crónica de la realidad en la que se apoya. Porque el autor –a lo largo de sus quinientas once páginas– tanto describe como inventa, tanto habla de aventuras como de recuerdos, tanto relata la historia real como la fama que de ella se deriva y consigue que convivan las cosas de los documentos con las otras que colorean los cuentos.

 

Fructuoso Rivera (Don Frutos) había sido el primer presidente constitucional de Uruguay (1830-1834) y cuatro años después fue el tercero (1838-1842). Más tarde, las vueltas de la política, agitadas por intereses y ambiciones, llevaron a su detención por sus correligionarios (1847). Colocado en un barco fue deportado al Imperio de Brasil, que lo alojó como prisionero en la Fortaleza de Santa Cruz. Ahora, 1853, lo llaman de Montevideo, para que integre un Triunvirato con Venancio Flores y Juan A. Lavalleja. 

 

El autor propone a los lectores compartir la recomposición y reconstrucción de las imágenes prodigiosas de esta historia/ficción.  Es una apuesta valiente. Porque Rivera fue un protagonista de la revolución sudamericana, actuó en los espacios  rioplatenses y del Sur de Brasil durante más de cuarenta años (1811-1854) y en todos lados dejó amigos y adversarios. Con documentos, testimonios, recuerdos y leyendas relativas a Don Frutos pueden llenarse varios cajones: este libro ofrece mucho de todo lo que está documentado, y también de otras imágenes que el tiempo ha visto rodar por ahí y se conservaron de alguna manera.

 

El relato se abre en el invierno de 1853, cuando Don Frutos llega a la localidad de Yaguarão en Rio Grande do Sul. Se describen los detalles de su alojamiento en esa población limítrofe con el Uruguay y se pasa revista a las varias personalidades que se presentan allí, de un modo o de otro, para visitarlo.


Un baúl misterioso se coloca al lado de la cama de Rivera en su alojamiento en Yaguarão: es el que llevó cuando lo deportaron a Rio de Janeiro y ahora viene en su regreso a Montevideo. Ocupa un lugar importante en esta obra: contiene los documentos que Rivera conserva, y a su manera explican todas sus actuaciones públicas. En su habitación de Yaguarão también colocan cierto artefacto, un mueble de madera, que sirve a un médico inglés para observar sus deposiciones y poder seguir la evolución puntual de la mala salud de Rivera.

 

Para que los lectores podamos acompañar mejor la propuesta del autor, cada uno de los capítulos se encabeza con un texto de las coplas de Jorge Manrique (siglo XV) compuestas  a la muerte de su padre, algunas conservadas en versión original, otras adaptadas en parte al caso  de Don Frutos.  En esos versos están la vida y la muerte, el honor y la memoria, el final y la continuidad. La poesía acompaña la narración y aporta unas claves que nos acercan al alma del protagonista y, por cierto, establecen una cierta comprensión entre el lector, el protagonista y el escritor.

 

Haciendo pie en aquellos días de Don Frutos en Yaguarão la novela va para atrás y recuerda: el nacimiento de Fructuoso, su niñez, los amigos, el descubrimiento de la vida en el campo, el ganado, los perros cimarrones, las andanzas de los charrúas, el sobrino Bernabé, la conquista de las Misiones, las cuarenta batallas que dirigió contra españoles, argentinos, portugueses, brasileños, orientales…

 

La novela termina en la crónica de la llegada de los restos mortales de Don Frutos a Montevideo en el verano de 1854: el cortejo, el velatorio, su entierro en la Catedral, la leyenda colocada en el túmulo. En ese punto que cierra la historia de Fructuoso Rivera, el dr. Garcia Schlee pasa en paralelo el último diálogo que pudo haber habido entonces entre Don Frutos y su secretario Pedro Onetti. Hablaban de la vida y la muerte, las batallas, los hijos, la gloria…

 

– Me diga outra cousa, Pedro: quem se lembrará de tudo isto?

 

 


 

José María del Rey Morató

Doctor en Derecho y Ciencias Sociales

Uruguay

Litogravura de Risso (“Retrato del Brigadier General Fructuoso Rivera”)

Publicado por Luiz Carlos Vaz - no blog  Jornalista Vaz

publicado por ardotempo às 16:04 | Comentar | Adicionar

Duplos

Direção Brasil

 

Enrique Vila-Matas

 

Si bien ya había dado mi versión del extraño suceso de Burdeos, la de Álvaro Enrigue en El Universal, versión que en nada difiere de la mía, viene a confirmar que lo ocurrido, efectivamente, nos dejó a todos atónitos. Hace dos años, hubo un homenaje a Sergio Pitol en la Universidad de Burdeos, y hacia esa ciudad viajamos algunos de los conferenciantes.

 

Nada más llegar, consternados profesores y alumnos nos informaron de que Pitol ni estaba ni se le esperaba en las siguientes horas. Hacía ya dos días que tendría que haber llegado, pero había olvidado el pasaporte en su casa de Xalapa y en DF había tenido que dar vuelta atrás y, en fin, entre una cosa y otra, aún no había cruzado el Atlántico.

 

Álvaro Enrigue cuenta el extraño momento en el que recibimos una llamada en la recepción del hotel: era el secretario de Pitol desde Xalapa, diciendo que el avión del escritor acababa por fin de despegar del aeropuerto de Benito Juárez. Nada más colgar el teléfono, Pitol se asomó por las escaleras y nos pidió ayuda para abrir una maleta. "Nunca supimos", dice Enrigue, "si el Sergio Pitol real fue al que homenajeamos al día siguiente, o el que estaba subido a un avión".

 

Llevo horas volando hacia Brasil. Viajar solo, desoladoramente solo, conduce a la lectura, el sueño o la escritura, también a la locura. De vez en cuando, anoto historias, impresiones, como ahora, cuando ya queda poco para llegar a São Paulo. El recuerdo de aquel Pitol duplicado en Burdeos me remite a veces a La vida privada, relato de Henry James en el que alguien, con la lógica sorpresa, descubre en un hotel suizo que mientras Clare Wawdrey, escritor de éxito, hace vida social y discute brillantemente con otros artistas en el salón del hotel, su "doble" teclea como un loco en su habitación, inmerso en su novela.

 

Si quisiera construir un artículo virtuoso, hablaría ahora de la cantidad de conspiraciones - en forma de conferencias, coloquios, homenajes y presentaciones - que caen sobre algunos literatos asfixiándoles, impidiéndoles dedicarse a su verdadero trabajo, el de gabinete. Y si buscara que el artículo tuviera un matiz más perverso, denunciaría que hay escritores que, asfixiados por tantos compromisos públicos, han tenido a veces que enviar a sus dobles a los "bolos" a los que habían sido invitados.

 

Conozco a más de uno. Por eso de vez en cuando ustedes se encuentran con escritores raros que no saben responder a las preguntas más elementales: cuál es su horario habitual de trabajo, por ejemplo. Absorto en la cuestión de la duplicidad y de los mundos paralelos, miro por la ventanilla y, en lugar de luces brasileñas, me encuentro con la noche cerrada de un planeta ignorado. Después, noto el cansancio del día ya acumulado.

 

En 2666, la novela de Bolaño, encontramos a un Amalfitano que cree (o le gusta creer que cree) que cuando uno está en Barcelona aquellos que "están y son en Buenos Aires o el DF no existen". La diferencia horaria sería solo una máscara de la desaparición. De modo que "si uno viajaba de improviso a ciudades que en teoría no deberían existir o aún no poseían el tiempo apropiado para ponerse en pie y ensamblarse correctamente, se producía el fenómeno conocido como jet lag. No por el cansancio de uno, sino por el de aquellos que en aquel momento, si tú no hubieras viajado, deberían de estar dormidos". Me despido de Amalfitano y busco una trayectoria de fuga de mis propios pensamientos, quizás una vía por la que pudiera pasar como una flecha para desaparecer en el horizonte. Discurrir es como correr, decía Galileo. Quizás hemos ido demasiado deprisa. Rapidez, fulgor del momento, sorpresa en el destello último del aterrizaje. Fin de trayecto. Huiré en todas las direcciones si São Paulo está dormida.

 

Enrique Vila-Matas

tags: ,
publicado por ardotempo às 03:59 | Comentar | Adicionar

Editor: ardotempo / AA

Pesquisar

 

Maio 2011

D
S
T
Q
Q
S
S
1
2
3
4
5
6
7
8
9
15
25

Posts recentes

Arquivos

tags

Links