Segunda-feira, 31.01.11

Quando se sabe como continua

 

Entrevistas y charlatanes

 

Enrique Vila-Matas

 

En la Universidad de Illinois han publicado un interesante estudio colectivo acerca del "espectro, sombra e influencia" de las famosas entrevistas literarias de The Paris Review en la vida cultural de nuestro tiempo. Me ha llamado la atención la larga y divertida digresión - hecha a cuatro manos, firmada por Irving & Wilson- acerca del posible origen de una de las preguntas más habituales en los últimos tiempos en las entrevistas a los escritores:


- ¿Cuál es su horario?


Parece una pregunta normal, dicen Irving y Wilson, pero no ha salido de la nada. De hecho, antes a nadie le interesaban las horas de oficina de un escritor, puesto que a fin de cuentas daba igual que Shakespeare trabajara 10 horas al día o hiciera novillos los días impares. A mí, personalmente, la cuestión, aunque ya sé que aparece cuando el entrevistador no sabe qué preguntar, siempre me molesta porque es como si quisieran entrar en mi casa, visualizar si desayuno deprisa o despacio, si canto en la ducha, o no, o si me ducho a medias.


- ¿Que cuál es mi horario?


Para los ensayistas de Illinois, todo procede de la famosa primera pregunta que le planteó George Plimpton a Ernest Hemingway en la no menos famosa entrevista para The Paris Review de 1954:


- ¿A qué horas trabaja usted? ¿Mantiene un horario rígido?


Está bien visto. Todo el mundo pregunta ahora por el horario a los escritores y creen que es una pregunta normal cuando de hecho nunca lo ha sido, no lo fue ni siquiera cuando George Plimpton se la inventó en 1954.

 

 

Todo el mundo se interesa por el horario, menos la gran reportera Alma Guillermoprieto, que nos hizo en 2006 a siete escritores en un teatro de Cartagena de Indias una pregunta original, sorprendente, ninguno de los siete creo que la ha olvidado:


- ¿Y ustedes cómo se visten para escribir?


He descubierto que en la respuesta de Hemingway a la cuestión del horario hay unas líneas que luego se han repetido muchísimas veces, quizá porque eran las primeras de la entrevista y tal vez fueron lo más visto y leído de ella: eso explicaría que hayan perdurado tanto esas palabras un poco absurdas en las que Hemingway explica: "uno va escribiendo por la mañana hasta llegar a un punto en el que sabe lo que va a ocurrir a continuación, y allí uno se interrumpe y trata de vivir hasta el día siguiente para volver a seguir con eso".


Nunca me ha parecido que "interrumpirse en el momento en que sabes lo que va a pasar" sea un consejo digno de ser seguido, pero la verdad es que lo he seguido muchas veces. Es un consejo que se hizo famoso, seguramente solo por ser la primera respuesta de una entrevista famosa en una revista no menos célebre. Ha sido un consejo muy copiado, a través de los años, por los numerosos escritores de todo el mundo, todos tan entrevistados.


- Bueno, verá, suelo interrumpir el trabajo del día cuando sé cómo continuará mi historia.


Esto lo dijo Graham Greene en una entrevista y parece copiado del Hemingway de The Paris Review. Pero hay también variantes inteligentes, la de Lobo Antunes, por ejemplo:


- Entre mis trucos literarios: nunca dejar para el día siguiente una frase terminada. Hay que dejarla a medias porque es más fácil continuarla.


Una de las más brillantes, pero también más famosas e imitadas entrevistas de The Paris Review es, sin duda, la de William Faulkner. Entre otras, hizo fortuna su famosa respuesta a la correspondiente pregunta sobre el horario y el lugar de trabajo: "El arte tampoco tiene nada que ver con el entorno; no le preocupa el lugar. El mejor empleo que me ofrecieron jamás fue el de patrón de un burdel. En mi opinión, es el ambiente perfecto para que un artista trabaje (...) El lugar está tranquilo por la mañana, que son las mejores horas del día para trabajar. Por la noche hay suficiente vida social".


Ningún escritor sensato cree en las entrevistas. Nunca en ellas se dice la verdad, o bien se dice una sola vez esa verdad en la primera entrevista, y luego no se repite, porque cansa mucho tener que contestar siempre lo mismo a la misma pregunta, así que el escritor, para no aburrirse, suele dar diferentes respuestas a preguntas sobre su horario, sobre su método de trabajo, sobre su vocación de novelista, sobre su vida al atardecer, etcétera.


Ítalo Calvino abordó muy bien este fenómeno del tedio que lleva a contestar de 10 maneras diferentes -a cual más imaginativa- a la misma pregunta: "Prefiero no comentarme a mí mismo. Además, no es seguro que el autor sepa más de sí mismo que el lector. Lo que cuenta es la obra... El interesado es siempre la fuente menos confiable. Los que hablan de sí mismos mienten siempre. Yo, además, no repito nunca igual la misma historia dos veces seguidas, porque sería muy aburrido. Así que en mí es mejor no confiar".


Precisamente de esa imposibilidad de confiar en lo que dicen los escritores en las entrevistas habló John Updike a propósito de una que acababan de realizarle en The Paris Review. Para él, las relaciones entre entrevistador y entrevistado ya estaban siempre tergiversadas desde el primer momento: "En cualquier entrevista uno termina por decir más de lo que deseaba decir, o menos. Abandona uno el terreno que le es más propio, el de la escritura, y se transforma en un charlatán cualquiera".


Esa sensación de charlatanería es la que tiene todo escritor serio cuando publica un libro y dedica los meses siguientes a explicarlo en las entrevistas. Decía, el otro día, Jean Echenoz que un libro no se escribe para después hablar de él, sino más bien todo lo contrario, "para no tener que hablar, sobre todo para no tener que hablar".


Y ahora, ustedes me perdonarán, pero dejé ayer una frase de mi novela a medio escribir (porque ya sabía cómo continuaba) y debo ahora volver a ella. Ya sé que esto no es una entrevista, pero aun así voy a cerrar el pico, fin de mi charlatanería.


Enrique Vila-Matas

Imagem: Pintura de Siron Franco - Série O que vi pela TV

publicado por ardotempo às 21:48 | Comentar | Adicionar

A benção, Luiz Ruffato

 

 

 

A Igreja do Livro Transformador


Depoimento de Luiz Ruffato a Eliane Brum



A bibliotecária que estava lá


“Na minha casa não tinha livros. Meu pai, Sebastião, um pipoqueiro semianalfabeto, e minha mãe, Geni, uma lavadeira de roupas analfabeta, sabiam da importância da educação para o futuro dos três filhos, mas lutavam com muitas dificuldades pela sobrevivência cotidiana.


Antes dos 12 anos, eu lia algumas coisas que por acaso caíam em minhas mãos, revistas em quadrinhos, bulas de remédio, jornais que embrulhavam verduras, até mesmo algum livro (lembro-me, por exemplo, de um título, Os últimos dias de Pompeia, de Lord Bulwer-Lytton, avidamente consumido numa tarde de calor, às escondidas, no quarto de uma vizinha costureira, sombrio e abafado...).


Mas, um dia, meu pai e eu estávamos trabalhando numa das praças de Cataguases, minha cidade natal, num domingo após a missa das sete horas, quando um senhor se aproximou e, após comprar um pacotinho de pipoca, perguntou se eu estava estudando e onde. Meu pai respondeu que sim e declinou o nome de uma péssima escola, em fama e ensino. Ele perguntou por que eu não estava no Colégio Cataguases, uma ótima escola pública, onde estudava a elite econômica. Meu pai explicou que todos os anos tentava uma vaga, mas nunca conseguia. O homem, talvez condoído, naquele momento, pela postura humildemente decepcionada do meu pai, falou que era diretor lá e que no ano seguinte ele garantiria minha matrícula.


E assim foi. Em fevereiro, aos 12 anos, eu, de uniforme novo, estreava a minha timidez nos corredores do Colégio Cataguases. Mas tudo era tão diferente! Até então, eu estudava à noite no Ginásio Comercial Antônio Amaro, uma escola mantida pela comunidade, que nem sede tinha, todo ano alugava o imóvel de uma escola pública para o curso noturno, e trabalhava de dia. Além de ajudante do meu pai, entregava as trouxas de roupa que minha mãe lavava e passava, e já havia sido caixeiro em um botequim.


No Colégio Cataguases as aulas eram de manhã e os colegas estranhos. Fui designado para uma classe de repetentes (a maioria por indisciplina) e não consegui me adaptar ao novo ambiente. Comecei então a, nos intervalos, me afastar para os cantos. Até que um dia descobri, maravilhado, que existia um lugar tranquilo, silencioso, pouco frequentado... E passei a fazer daquele espaço, a biblioteca, o meu refúgio.


Só que, após me ver várias vezes por ali, sentado sem fazer nada, a bibliotecária provavelmente pensou que eu quisesse o empréstimo de um livro, mas que, por algum motivo, vergonha talvez, eu não tivesse coragem de me dirigir a ela. Então, tomando a iniciativa, ela me chamou um dia, preencheu uma ficha, colocou um livro em minha mão e disse: Leva esse, leia e me devolva daqui a tantos dias... Eu, muito tímido, não contestei. Enrubescido, peguei a brochura, enfiei na pasta e carreguei para casa.


Quando cheguei, a primeira coisa que meu pai perguntou, como ele fazia sempre que aparecíamos com algo diferente em casa, foi: O que é isso, menino? Eu respondi, sem graça: Um livro. E ele: Onde você pegou isso, menino? Eu: Peguei não, pai, foi a moça lá que me deu... Ele: Deu? Eu: É, ela falou pra eu ler e devolver pra ela. Ele: Se ela falou pra você ler, vai ler então!


Dias depois, levei-o de volta, e a bibliotecária perguntou, desconfiada: Leu o livro? Respondi: Sim, senhora. E ela, exultante, falou: Que bom! Então, tome este. Eu, obediente, levei-o para casa, li, devolvi, e ela, achando que havia conquistado um novo leitor, passou o ano inteiro me emprestando livros. Lembro, por exemplo, que li todos os volumes do Tesouro da Juventude...


Ao fim daquele ano, inadaptado ainda, saí do Colégio Cataguases e voltei para o Antônio Amaro, onde, estudando à noite, retomei o trabalho durante o dia (balconista de armarinho, operário têxtil). Mas, de alguma maneira, havia sido contaminado pelo vírus da leitura.


O livro que foi um abalo sísmico


“Aquele primeiro livro, que não sei por que estava naquela biblioteca e muito menos porque a bibliotecária achou que eu iria gostar, me mudou completamente. O livro se intitulava Bábi Iar, do escritor ucraniano, à época soviético, Anatoly Kuznetsov, e era um documentário ficcionalizado de um massacre de judeus pelo exército alemão em Kiev.


Foi quando, pela primeira vez, tomei consciência de várias coisas ao mesmo tempo: de que o mundo era mais amplo que eu imaginava (até então eu conhecia, fora de Cataguases, apenas Ubá e Rodeiro, onde moravam meus parentes, e Santos Dumont, onde meu pai permaneceu durante um ano internado num sanatório para tuberculosos); e que neste mundo amplo havia outras línguas, outros povos, outras religiões, outros climas, outras geografias; e que neste mundo amplo havia também a perversidade, a violência, a estupidez extremadas - ao fim e ao cabo, descobri que o mundo era barbárie e era civilização...


E em pleno outono cataguasense (modo de dizer, porque lá é sempre verão...) eu senti o frio glacial da Ucrânia, e senti medo e compaixão, e percebi que mais dia menos dia teria de deixar o conforto, ainda que precário, mas conforto, da casa dos meus pais, da minha cidade, para, atravessando os morros que circundam Cataguases, ver o que haveria alhures...”


Comendo sonho e vivendo feijão


“Passei a dizer para todo mundo, sem saber exatamente o que significava isso, que queria ser escritor, para desespero da minha mãe... Por essa época, havia uma novela na televisão, O Feijão e o Sonho, baseada num romance de Orígenes Lessa, que mostrava exatamente a luta de um professor cheio de sonhos e veleidades literárias, envolvido em terríveis dificuldades financeiras e enovelado na mediocridade de uma pequena cidade do interior...


Minha mãe, muito prática, me fez ver que se quisesse alimentar a idéia de um futuro melhor teria de arrumar uma profissão séria - e que não seria evidentemente a de escritor... Assim, entrei para o Senai, onde me formei em tornearia-mecânica, ao mesmo tempo em que fazia um curso noturno de contabilidade. Se no Senai pensava no feijão, à noite um professor, Alcino Antonucci, me desviava para o sonho, orientando as minhas leituras e incentivando meus primeiros passos na escrita.


Finalmente, um pouco antes de completar 17 anos, percebi que teria de cortar os laços com minha cidade, em definitivo. Por essa época, as grandes greves do ABC haviam interrompido o fluxo natural de mão de obra especializada de Cataguases, e os meus colegas de Senai estavam indo trabalhar na Fiat, na região de Belo Horizonte, ou nas grandes siderúrgicas do Vale do Aço mineiro.


Acabei no meio do caminho: parei em Juiz de Fora, onde trabalhava durante o dia como torneiro-mecânico e fazia cursinho à noite visando o vestibular da Universidade Federal. Entrei no curso de Comunicação Social num momento interessante, pois, vivenciando os estertores da ditadura, podíamos conciliar a luta política com as descobertas pessoais. No meu caso, uma formação literária alicerçada pela generosa orientação do poeta e professor Gilvan P. Ribeiro (antes, no cursinho, duas professoras também me incentivaram, Imaculada Reis e Hilda Curcio).


Neste período, além das minhas atividades políticas, participava de grupos de estudos e de um grupo de poetas que editava um folheto quinzenal, Abre-Alas, com apresentações aos sábados de poesia falada e militante na principal rua de Juiz de Fora, o Calçadão da Halfeld. E lia, lia muito. Lia livros emprestados de amigos, livros de bibliotecas públicas, livros comprados em sebos, lia tudo que me caía nas mãos, mas principalmente a literatura contemporânea, pois estávamos em pleno boom da literatura brasileira e latino-americana.”


Ler para ser arrancado do lugar


“Eu comecei a me interessar por livros, ou melhor, pela leitura, muito cedo. Lembro-me que meu irmão gostava de ler o Jornal do Brasil aos domingos. Era um calhamaço que eu, de bicicleta, ia comprar numa banca do centro da cidade. Eu separava o caderno de Internacional e, deitado na varanda de casa, no calor sáunico de Cataguases, passava a manhã me informando dos rumos da Humanidade...


Junto com o Jornal do Brasil, eu trazia o jornal O Cataguases, que praticamente não tinha notícias, apenas divulgava os atos do Executivo, do Legislativo e do Judiciário... No entanto, um grupo de escritores da cidade encartava nele um suplemento cultural, o Totem, de literatura... de vanguarda!!! Sim, de vanguarda... Capitaneados por Joaquim Branco e Ronaldo Werneck, difundiam poetas brasileiros e estrangeiros que experimentavam o poema-processo, a arte-postal, o concretismo, o neoconcretismo, o poema-visual... E, mesmo não entendendo absolutamente nada, eu gostava daquilo...


Ou seja: um dos meus primeiros contatos com a literatura foi com a literatura experimental... Acho que isso me causou danos irreversíveis, porque até hoje os meus autores preferidos são os que fazem experiências com as linguagens... Então, desde essa época, venho lendo de maneira quase obsessiva.


Claro, no começo, como disse, de maneira absolutamente caótica - até hoje, às vezes pego um livro e reconheço que já o havia lido um dia, sem saber... Depois, de maneira mais organizada. Mas tento ler todos os dias. Nem sempre só coisas que me agradam, claro, pois, como escritor profissional, muitas vezes sou obrigado a fazer leituras profissionais, mas busco sempre ter algum prazer na leitura - prazer estético, entenda-se, como me extasiar com a forma como um escritor conduziu sua história, ou como um poeta constituiu imagens singulares... Gosto de ler algo que desafie a minha inteligência, que me faça sair do meu lugar de conforto, que me transforme.”


De bar em bar, vendendo palavras


“É estranho, porque a experiência da leitura, no meu caso, se desdobrou quase concomitantemente com a necessidade de me expressar. Logo após o impacto das primeiras coisas lidas, escrevi meu primeiro livro, aos 15 anos, um pequeno romance, Domingo o almoço é lá em casa, que contava a história de uma família que largava a roça pela cidade e as agruras deste deslocamento, batido à máquina numa Hermes Baby. Ou seja, minha primeira experiência foi na prosa, não, como seria natural, na poesia...


Minha mãe guardava a pasta de cartolina que enfeixava as páginas datilografadas como um tesouro - isso, muito antes de eu publicar meu primeiro livro, profissionalmente... Em Juiz de Fora, durante o cursinho, ganhei uma bolsa (que me isentava do pagamento das três últimas mensalidades do ano) ao vencer um concurso de contos (o primeiro e o segundo lugares!). Depois, quando entrei para a universidade, animado com o clima de urgência do grupo do qual fazia parte, publiquei meu primeiro livro...


Incentivado por um amigo, prematuramente falecido, José Henrique da Cruz, lancei O homem que tece, poemas, em formato de bolso, rodado em off-set, edição de mil exemplares, esgotado em menos de seis meses... Vendíamos de mão em mão, nos bares da cidade, e com o dinheiro arrecadado pagamos a gráfica e financiamos outros livros da mesma natureza.


Curioso, porque tanto o meu ‘primeiro romance’ quanto o ‘primeiro livro de poemas’ tratam de temas que seriam retomados, décadas mais tarde, no projeto que estou desenvolvendo agora, o Inferno provisório... Depois disso, ainda publiquei outro livro de poemas, Cotidiano do medo, já quando morava em Alfenas, sul de Minas... Esta seria a minha infância literária.”


Rodoviária do Tietê: a primeira casa em São Paulo


“Eu cheguei em São Paulo e, não querendo amolar algumas (poucas) pessoas que conhecia, e não tendo dinheiro para ir para um hotel ou pensão, dormia nos bancos da Rodoviária do Tietê. Isso durou um mês - dormia lá nas noites de segunda a quinta-feira, já que na sexta-feira eu dormia na poltrona de um ônibus em direção a Minas Gerais, onde passava o fim de semana (para renovar as roupas...), e a noite de domingo eu passava dormindo na poltrona de um ônibus, voltando para São Paulo...


Fiz algumas amizades por lá, inclusive com um policial, que, na primeira noite, não queria me deixar dormir dentro do prédio... Eu então expliquei para ele a minha situação e ele, condoído, tomava conta de mim... Eu chegava na rodoviária depois do trabalho, tomava um banho, comia qualquer coisa, e dormia sentado (os bancos da rodoviária, estranhamente, são feitos para provocar desconforto nos passageiros)...”

 

 

 

 

 

Em busca de voz própria


“Me calei, não escrevendo uma linha sequer, durante toda a ‘década perdida’ brasileira - que compreende mais de 10 anos, pois vai dos inícios da década de 1980 até meados da década de 1990. Este período foi um momento de maturação. Eu sabia que iria retomar a escritura, mas não me sentia pronto ainda. E assim, sem angústia ou ansiedade, fui tentando compreender por que deveria escrever, sobre o que, e, principalmente, como...


Até que em 1998 lancei Histórias de remorsos e rancores, seguido dois anos depois de (os sobreviventes), ambos coletâneas de contos, que, já ressoando minha voz literária, ainda não me satisfaziam do ponto de visto formal... Estes livros, embora tenham vendido bem, e o segundo tenha até mesmo recebido uma menção especial no Prêmio Casa de las Américas, não serão mais reeditados. Na verdade, foram incorporados, reescritos, ao projeto Inferno Provisório. A minha estréia, propriamente dita, considero Eles eram muitos cavalos, um exercício literário que me fez compreender sobre o que e principalmente como escrever...


Escrever, como ler, tem que ter, para mim, um componente de prazer estético, tem que ser um desafio intelectual. Porque, antes de tudo, escrevo para mim, escrevo histórias que gostaria de ler. Penso que uma história, para convencer o leitor, tem antes, necessariamente, que convencer o autor. Se me convenço de sua necessidade, se o que tento passar me comove esteticamente, talvez eu possa então comover o leitor, porque pode ser que haja ali uma verdade.”


O mundo da classe média baixa


“Passei um longuíssimo período afastado da escrita literária porque estava mergulhado na comezinha sobrevivência cotidiana, e também porque estava refletindo sobre algumas questões essenciais: para que escrever, sobre o que escrever, como escrever?


Aliás, eu tinha sim uma idéia de sobre o que escrever. Me parecia lógico que minha literatura deveria retratar o mundo que eu conhecia bem, o do trabalhador urbano, os sonhos e pesadelos da classe média baixa, com todos os seus preconceitos e toda a sua tragédia.


No entanto, quanto mais pesquisava, mais me dava conta de que pouquíssimos autores brasileiros haviam se debruçado sobre esse universo, talvez porque o trabalhador urbano não suscite o glamour, por exemplo, que suscita o malandro ou o bandido - personagens sempre presentes na ficção nacional, representados do ponto de vista da classe média como desestabilizadores da ordem social.


Por outro lado, me dei conta de que os indivíduos oriundos da classe média baixa, que conhecem e poderiam escrever sobre esse universo, sempre tiveram que negar suas origens para serem aceitos na nossa sociedade, que é extremamente hierarquizada e preconceituosa. Retrospectivamente, se pensarmos no personagem ‘trabalhador urbano’ (não o militante político, bem entendido) temos poucos representantes na literatura brasileira. Talvez o único autor que tenha feito deste tema o motivo de sua ficção seja Roniwalter Jatobá, ele mesmo ex-operário.”


Qual é a forma que dá conta deste mundo?


“Se eu sabia que queria retratar esse universo em meus livros, faltava responder à questão seguinte: como escrever sobre esse tema?
O romance tradicional nasce no Século XVIII como instrumento de descrição da realidade do ponto de vista da burguesia. Ou seja, o romance ideologicamente serve a uma visão de mundo específica. Então, qual seria a forma adequada de representar o ponto de vista da classe média baixa ou do trabalhador urbano?


Eu tentei então me filiar a uma família literária que surge paralelamente ao aparecimento do romance tradicional, que poderíamos chamar de anti-romance, que espasmodicamente construiu uma tradição: Sterne, Xavier de Maistre, Richardson, Dujardin, Machado de Assis, Joyce, Proust, Breton, Faulkner, Robbe-Grillet, Calvino, Pérec... E poderíamos incluir ainda nessa tradição, que chamaríamos de ‘literatura experimental’, contistas como Tchekov, Pirandello, Katherine Mansfield, e poetas como Mallarmé e os vanguardistas do começo do século XX.


Então, em 2001, lancei Eles eram muitos cavalos, nascido da necessidade de tentar entender o que estava acontecendo à minha volta - e para isso tomei a cidade de São Paulo como síntese da sociedade brasileira. Publicado, me encontrei num impasse: havia proposto uma reflexão sobre o ‘agora’, mas talvez necessitasse compreender antes ‘como chegamos onde estamos’.


Comecei a elaborar o Inferno Provisório, uma ‘saga’ projetada para cinco volumes, dos quais quatro já publicados, que tenta subsidiar essa inquietação, discutindo a formação e evolução da sociedade brasileira a partir da década de 1950, quando tem início a profunda mudança do nosso perfil socioeconômico, de um modelo agrário, conservador e semifeudal para uma urbanização desenfreada, desarticuladora e pós-industrial, e suas consequências na desagregação do indivíduo. Ou seja, pulamos da roça para a periferia decadente urbana sem escalas...


Evidentemente, essa descrição abarca apenas a superfície da narrativa. É o entrecruzamento das experiências ‘de fora’ e ‘de dentro’ dos personagens o que me interessa. Importa-me estudar o impacto das mudanças objetivas (a troca do espaço amplo pela exiguidade, a economia de subsistência pelo salário, etc) na subjetividade dos personagens. Enfim, refletir sobre a interpenetração da Historia com as histórias.


Só que não compreendo uma discussão sobre essa cisão sem que sejam colocados em xeque os próprios fundamentos do gênero romance. Do meu ponto de vista, para levar à frente um projeto de aproximação da realidade do Brasil de hoje, torna-se necessária a invenção de novas formas, em que a literatura dialoga com as outras artes (música, artes plásticas, teatro, cinema, etc) e tecnologias (internet, por exemplo), problematizando o espaço da construção do romance, que absorve onivoramente a estrutura do conto, da poesia, do ensaio, da crônica, da oralidade...


Cada volume do Inferno Provisório é composto de várias unidades compreensíveis se lidas separadamente, mas funcionalmente interligadas, já que se desdobram e se explicam e se espraiam umas nas outras, numa ainda precária transposição da hipertextualidade. Então, pode-se ler de trás para frente, pedaços autônomos ou na ordem que se quiser estabelecer, assumindo um sentido de circularidade, onde as histórias se contaminam umas às outras.”


Por que escrevo?


“Definido o tema, definida a forma, restava-me ainda uma questão: para que escrever?


Para mim, escrever é compromisso. Compromisso com minha época, com minha língua, com meu país. Não tenho como renunciar à fatalidade de viver nos começos do século XXI, de escrever em português e de viver num país chamado Brasil. Estes fatores, junto com a minha origem social, conformam toda uma visão de mundo à qual, mesmo que quisesse, não poderia renunciar.


Fala-se em globalização, mas as fronteiras entre os países caíram para as mercadorias, não para o trânsito das pessoas. Proclamar nossa singularidade é uma forma de resistir à mediocrização, à tentativa de aplainar autoritariamente as diferenças culturais. A realidade se impõe a mim e o que move o meu olhar é a indignação.


Não quero ser cúmplice da miséria nem da violência, produto da absurda concentração de renda do país. Por isso, proponho, no Inferno provisório, uma reflexão sobre os últimos 50 anos do Brasil, quando acompanhamos a instalação de um projeto de perpetuação no poder da elite econômica brasileira, iniciado logo após a segunda Guerra Mundial com o processo de industrialização brutal do país, com o deslocamento impositivo de milhões de pessoas para os bairros periféricos e favelas de São Paulo e Rio de Janeiro.


O imigrante, a qualquer tempo, carrega consigo a sensação de não pertencimento, fazendo com que a sua história pessoal tenha de ser continuamente refundada. Partir não é só desprender-se de uma paisagem, de uma cultura. Partir é principalmente abandonar os ossos dos antepassados, imersos na solidão silenciosa dos cemitérios. E os ossos são aquilo que nos enraízam numa história comum, feita de dor e luta, de alegrias e memórias.


Rompido esse lastro, perambulamos sem saber quem somos. E se não temos autoconsciência, se permanecemos imersos na inautenticidade, não reconhecemos o estatuto do outro, do diferente de nós. E perdido esse reconhecimento, instaura-se a barbárie.


A Arte serve para iluminar caminhos: e se ela modifica o indivíduo, ele é capaz de modificar o mundo. Para isso, portanto, escrevo.”


Sem a literatura, só teria restado o destino


“Em algum momento percebi, sem o saber, que meu destino já estava mais ou menos traçado. Meus pais, muito pobres, migraram para Cataguases em busca de uma vida melhor não para eles, mas para os filhos. Minha mãe é filha de imigrantes italianos que foram parar numa colônia no interior de Minas Gerais, na região de Rodeiro, e meu pai, filho de imigrantes portugueses - órfão de pai e de mãe aos dois anos, foi criado por uma família italiana de uma colônia na região de Dona Eusébia.


Eles chegaram sozinhos a Cataguases, sem nada. Mas a cidade, por ser um polo industrial consolidado desde os começos do Século XX, oferecia oportunidades de trabalho e possuía uma razoável infraestrutura educacional para, principalmente, a formação de mão de obra para o parque têxtil. E foi nisso que meus pais apostaram. Logo, minha mãe sustentava a casa com suas lavagens de roupa, enquanto meu pai, de saúde precária, não conseguindo emprego estável nas fábricas, passou a vendedor de pipocas.


O sonho de meus pais, portanto, era que nos formássemos, nos tornando empregados da indústria, ganhando um salário, constituindo família, comprando casa própria e bons eletrodomésticos. Meu irmão se formou no Senai e aos 26 anos era mestre-geral numa das tecelagens da cidade - mas uma morte estúpida encerrou sua carreira quando ela mal começava... Minha irmã, que foi tecelã durante algum tempo, largou a fábrica para se casar - uma atitude muito comum entre as meninas à época - e mais tarde tornou-se funcionária pública municipal, como merendeira escolar. E eu, embora tenha me formado também no Senai, acabei contrariando todo mundo, saindo de Cataguases e me jogando no mundo...


Provavelmente, ou melhor, certamente meu destino, se tivesse permanecido lá, seria hoje estar aposentado como operário especializado, com família, filhos, casa própria e bons eletrodomésticos...”


Primeira leitora: a mãe analfabeta


“A minha relação com Cataguases é estranha. Lá eu nasci e vivi até meus 16 anos. Depois disso, voltei apenas como visitante esporádico. Quando meus pais eram vivos, gostava de me entocar na casa deles, num bairro operário da periferia da cidade, e passava as horas conversando com minha mãe, uma mulher de uma visão de mundo inacreditavelmente complexa, compreensiva e reflexiva. Infelizmente, ela morreu em 2001, pouco depois do lançamento de Eles eram muitos cavalos, livro que, de certa forma, projetou meu nome.


Não tive, portanto, a felicidade de demonstrar que todo o sacrifício que ela fez pelos filhos, e por mim, especificamente, tinha redundado em alguma coisa... Eu me lembro que quando escrevi aquele que considero meu primeiro livro, Histórias de remorsos e rancores, eu o li inteiro para ela, ainda antes da edição, para ver se ela o aprovava... E sua reação foi fantástica: ela se emocionou com as histórias, reconheceu o que havia ali de fabulação biográfica e me disse: Tenho um grande orgulho de você, meu filho. Aquilo serviu para que eu tomasse pé e acreditasse que estava no bom caminho...


Depois, li também os originais do meu segundo livro, (os sobreviventes), e de novo ela se emocionou profundamente. O Eles eram muitos cavalos, embora tenha sido iniciado (digamos assim, ‘mentalmente construído’) durante as férias de 2000 na casa dos meus pais, eu não o pude ler para ela. No carnaval de 2001 descobrimos que ela estava com um câncer fulminante - daquele mês até novembro, quando ela morreu, eu fui a Cataguases todos os fins de semana que não trabalhava no jornal, viajava 1,2 mil quilômetros, ida e volta. Saía de São Paulo na sexta-feira à noite e chegava de volta na segunda-feira pela manhã. Acompanhei de perto seus últimos meses...


Meu pai morreu pouco depois, em 2003. Restou em Cataguases apenas a família da minha irmã.”


Voltar é possível? A terra depois da partida


“A minha solidão, nesse sentido, existe desde sempre. Em Cataguases éramos estrangeiros - inclusive porque lá nunca houve uma colônia de italianos, como em outros lugares da região. Não pertencíamos à cidade e as minhas férias, por exemplo, as grandes (de dezembro a fevereiro) e as pequenas (de julho), eu passava na roça, na fazendola do meu avô, em Rodeiro, à época já dividida entre vários irmãos. Depois, fui para Juiz de Fora, Alfenas e, finalmente, São Paulo (passando, rapidamente, por Vitória e Rio de Janeiro).


Eu brinco que sou o exemplo típico daquele ditado: não tem onde cair morto... Porque não pertenço a lugar algum. Não sou de São Paulo (onde sempre serei considerado alguém ‘de fora’), não sou de Alfenas, nem de Juiz de Fora, nem de Cataguases, mas também não sou de Rodeiro nem de Ubá... Quando morrer, não sei onde serei enterrado... Talvez venha daí a temática mais presente em minha literatura: o desenraizamento, o despertencimento, a solidão e a perplexidade de não ter um lugar...


Sem bloqueio artístico


“Eu encaro o fato de ser escritor como uma profissão. Então, todos os dias, acordo às seis da manhã, tomo café, leio o jornal, e mais ou menos às sete, sete e meia, sento-me ao computador e começo a trabalhar. Vou nessa toada até meio-dia, mais ou menos. Quando estou em viagem, geralmente por conta de palestras, participação em feiras e festivais literários, não escrevo. A essa rotina me dedico apenas quando estou em São Paulo. Porque, para mim, são dois momentos diferentes, embora complementares, da minha atividade literária. Essa, a da solidão da escrita; e aquela, da divulgação dos meus livros.
Havia, e ainda há, certa prevenção das pessoas contra o fato de eu assumir que trabalho com rotinas, metas e prazos, porque, afinal, argumentam, não se trata de um trabalho mecânico, e sim artístico... Ora, acredito que essa visão seja equivocada, porque não há contradição entre disciplina e arte. Grandes artistas plásticos (Da Vinci, por exemplo) e compositores eruditos (Bach, por exemplo) trabalhavam sob encomenda, com prazos pré-fixados e salários no fim do mês... E nem por isso podemos acusá-los de serem menos importantes...


Portanto, nunca tive problemas como ‘falta de inspiração’ ou ‘bloqueio artístico’, porque planejo com bastante antecedência o meu trabalho. Quanto a aproveitar ou não tudo que escrevo... Sentar todos os dias, rotineiramente, para escrever não significa chegar ao fim de quatro, cinco horas de trabalho com algo que preste. Significa apenas isso: sentar quatro, cinco horas em frente ao computador e trabalhar, trabalhar e trabalhar... O resultado muitas vezes é nada... Talvez seja apenas isso que diferencie o trabalho intelectual: ele não pode ser mensurado pragmaticamente, tantas horas trabalhadas, tantas páginas produzidas... A aferição de competência se dá em um outro paradigma.”


O bafo constante da morte


“É estranho, porque, embora tenha consciência de que o homem constrói sua vida sabendo que tem um prazo de validade, penso que, ao mesmo tempo, e talvez exatamente por isso, a existência só faz sentido se for uma busca pela felicidade - não hedonista, mas ética. Gosto de pensar que, ao fim e ao cabo, poderei olhar para trás e me orgulhar do que fiz por mim, pela minha família, pelos meus filhos, pelos meus amigos e até mesmo pelas pessoas desconhecidas.


Essa perspectiva talvez relativize um pouco a dor da perda. Mas essa questão para mim surge sempre de uma forma muito dúbia, porque também percebo claramente que existe uma espécie de visão trágica permeando minha formação. Venho de uma comunidade italiana que, embora professasse (professe) um catolicismo militante, quase carola, sempre estranhamente vivenciou a morte não como uma passagem para a vida eterna, mas como um rompimento injusto com a vida...


E não porque percebesse a vida como um reduto de alegrias - porque na verdade a entende mais como um fardo ao qual nos resignamos. Esse paradoxo teológico-filosófico irresolvível está presente na minha vida, nas minhas histórias.”


A Igreja do Livro Transformador


“A literatura me arrancou da alienação, da ignorância, da falta de perspectivas. Me mostrou que somos seres para a morte e que nós temos que buscar, neste curto intervalo que é a vida, a felicidade. E para isso temos que nos projetar no mundo, nos lançar, nos afastarmos da poltrona do comodismo, da conformidade, para nos proporcionar um sentido.


Esta é a proposta da Igreja do Livro Transformador, que tem como mentores eu e o Rogério Pereira, editor do Rascunho, que experimentou mais ou menos a mesma história de salvação pela literatura. Se depender de mim, a Igreja já será uma realidade ainda este ano... (risos)”


Eliane Brum - Publicado na Revista Época

publicado por ardotempo às 15:53 | Comentar | Adicionar

Abstrata

Aquarela

 

Sem título - Aquarela - 2011

publicado por ardotempo às 11:45 | Comentar | Adicionar

Homenagem a São Paulo

Fotografia

 

 

Mario Castello - Edifício Copan /Oscar Niemeyer - Fotografia (São Paulo SP Brasil), 2011

publicado por ardotempo às 11:42 | Comentar | Adicionar
Domingo, 30.01.11

Vinte segundos

Desenho

 

 

 

 

 

Tinta china, pena caligráfica e aquarela - 2011

tags: ,
publicado por ardotempo às 19:50 | Comentar | Adicionar

Os voluntários das drogas

Como cego em tiroteio


Ferreira Gullar


Em boa hora, o ministro da Justiça demitiu o novo secretário nacional de Políticas sobre Drogas, que mal assumira propôs acabar com a pena de prisão para o pequeno traficante. A ideia era trocar a prisão por penas alternativas e assim evitar que ele seja aliciado pelo crime organizado dentro das penitenciárias. Ou seja, se não for preso, para de traficar. Você acredita nisso? Sou a favor de penas alternativas para autores de delitos menores e, sobretudo, quando não significam ameaça grave à sociedade.


Não há por que meter na cadeia o sujeito que deu desfalque ou o autor de pequenas burlas no fisco. A prisão se torna indispensável para o homicida, o estuprador, o assaltante. No entanto, com frequência, se sabe de estupradores e homicidas que voltam a atacar graças a privilégios que a lei lhes concede, como o de passar o Natal com a família. Eles saem da cadeia, não retornam e voltam a estuprar e matar.


Há muita coisa errada na aplicação da justiça no Brasil. Todo mundo sabe disso. Mas muitos juristas insistem na complacência que favorece o criminoso e fere o direito dos cidadãos. Um ministro da Justiça chegou a propor a revogação da lei que pune o crime hediondo, alegando que como não reduzira esse tipo de crime, mostrou-se dispensável. Esse é o mesmo raciocínio com que se pretende pôr fim à repressão ao tráfico de droga, sob o pretexto de que, apesar dela, o tráfico cresceu.


Mas paremos para refletir: não faz séculos que a sociedade pune criminosos? Não obstante, a criminalidade continua a crescer. Devemos, então, acabar com a Justiça e todo o aparato policial, uma vez que se mostraram incapazes de reduzir o crime?

 

Essa é uma conclusão simplista, que ignora as inúmeras causas da criminalidade. Se o comércio de drogas tem aumentado, apesar da repressão aos traficantes, é que estes contam com a colaboração preciosa de centenas de milhares de consumidores de drogas. Entre estes estão desde os garotos de escola, os adolescentes das favelas até gente bem posta na vida, como executivos, artistas, esportistas etc. O que explica o aumento do consumo de drogas, mais que a ineficiência da repressão, é a adesão crescente de pessoas de todas as classes sociais. Basta raciocinar, honestamente, sem sofismas: quando o comércio de automóveis aumenta é porque aumentou o número de compradores de automóveis. A solução do problema do tráfico está na redução do número de consumidores de drogas. E isso só se conseguirá promovendo uma ampla campanha de esclarecimento (entre outras medidas) em nível nacional e internacional, a fim de que os jovens entendam o que a droga tem de destrutivo e nefasto. Se se conseguir reduzir o consumo, reduzir-se-á consequentemente a produção e o tráfico.


No entanto, não vejo quase ninguém preocupado com isso. Raramente li ou ouvi declarações de autoridades ou militantes nesse campo que considerem a redução do número de consumidores a medida prioritária para combater o tráfico de drogas.


Em vez disso, defende-se a descriminalização das drogas e a não punição dos consumidores, que seriam, todos eles, vítimas patológicas do vício e, como tais, devem ser tratados e não punidos. Na verdade, do mesmo modo que a maioria dos consumidores de bebidas alcoólicas não é alcoólatra, a maioria dos consumidores de drogas as consume socialmente. Desse modo, pensando ajudar os que são de fato vítimas, livra-se da repressão a grande maioria dos que consomem drogas socialmente e mantêm o mercado do tráfico.


Como se isso não bastasse, surgiu agora essa nova proposta tão ou mais desastrada que aquela: livrar de prisão o pequeno traficante, que logo contou com a adesão de especialistas nesse assunto. Um deles chegou a afirmar que quem a isso se opõe é "moralista", como se consumir drogas fosse uma conquista ética e combatê-las, um retrocesso moral. A alegação de que o pequeno traficante, se preso, será aliciado pelo crime organizado, não tem cabimento, uma vez que, se ele foi preso, é porque já traficava. Trocar a prisão por trabalho comunitário seria ampliar sua área de atuação, agora sob proteção oficial.


Ferreira Gullar - Publicado na Folha de São Paulo / UOL

publicado por ardotempo às 12:34 | Comentar | Adicionar
Sábado, 29.01.11

Festival Internacional de Música - Pelotas RS Brasil

Festival SESC

 

 

 

tags:
publicado por ardotempo às 23:02 | Comentar | Adicionar

Os diários

Los presentes lejanos

Antonio Muñoz Molina

A la luz de una vela Charlotte Brontë escribe con una letra minúscula en una hoja no mayor que la palma de una mano, una noche de tormenta, y para aprovechar más el papel la letra se va haciendo más diminuta todavía a medida que escribe y llena hasta el filo mismo de la hoja. Es noche cerrada, aunque sólo son las siete. Quizás ve su reflejo en el cristal de la ventana que sacude el viento.
Es febrero de 1836, Brontë tiene 19 años y ha empezado a trabajar como maestra en un colegio que es un caserón helado en medio de un páramo. Está agotada después de una jornada de trabajo de doce horas, entre gente ajena y hostil, que le despierta una añoranza infinita de su casa familiar y de sus padres y hermanos. Los rasgos de la escritura son veloces y quebrados: casi podríamos escuchar el roce continuo y entrecortado de la punta de la pluma, que moja de vez en cuando en el tintero. El acto de escribir le parece "un refugio que nadie conoce en esta casa salvo yo misma".
El cuarto, la luz de la vela, la soledad, la escritura, le hacen sentirse en un arca que flota sobre las aguas de un mundo tan ajeno a ella como si lo hubiera anegado un diluvio universal.

Pero no sólo escribe por las noches, cuando se encuentra a solas en su cuarto, antes de acostarse. En un aula helada, a primera hora de la mañana, con toda la pesadumbre del comienzo del día gris y de la jornada que le queda por delante, abre un libro de texto y toma un lápiz y quizás mientras los estudiantes hacen algún ejercicio ella escribe con el lápiz en el reverso de una página en blanco, la letra más pequeña todavía, casi como de un mensaje cifrado, y cuenta que no hay fuego en el aula y que está muerta de frío: ese momento me llega intacto como una sensación física cuando miro el viejo libro escolar con tapas de cartón muy gastadas en una vitrina de la Morgan Library y reconozco esa letra, y en ella esa voz tan precozmente llena de literatura y de ambición de vivir. En el interior de las vitrinas, en esta mañana en la que hace en la calle un frío como el que debió de sentir Charlotte Brontë, en las vitrinas de la Morgan Library hay cuadernos abiertos, páginas manuscritas, líneas de tinta o de lápiz desvaídas por el paso de siglos: pero hay sobre todo momentos en el tiempo, fechas exactas recién escritas al comienzo de páginas todavía en blanco, incisiones de vidas igual de visibles que una pisada en la superficie de la Luna.

El 16 de febrero de 1843 Henry David Thoreau acompañó la anotación en su diario con el dibujo de una hoja de árbol apresada en el hielo y el de la pluma de un pájaro. El 5 de agosto de 1842 Nathaniel Hawthorne, que llevaba casado muy poco tiempo, apuntó que no paraba de llover y que en aquella casa en la que vivía con su esposa tenía la sensación de ser un Adán que habitara en el Paraíso sin sospechar que alguna vez sería expulsado.

Lo digo en pasado, pero debería hacerlo en presente. El presente es el tiempo único en el que se conjuga el acto de escribir un diario. Un día de 1666 Samuel Pepys anota que lo han despertado a las tres de la madrugada y que al asomarse a la ventana ha visto un gran incendio extendiéndose por las calles de Londres.
El 8 de octubre de 1822, Elizabeth Eastman Morgan, un ama de casa de Nueva Inglaterra que llevó durante dieciséis años el registro de sus tareas domésticas, de los frutos de las estaciones, las fiestas y los pequeños acontecimientos de su comunidad, hace inventario de sus modestas posesiones materiales, entre ellas "un abanico verde, un abanico negro, un camisón, un par de guantes de seda, una biblia, unas tijeras, un dedal de plata, un diccionario, un libro de salmos".
Un día de 1812 el cirujano personal de Napoleón apunta con escritura rápida y temblorosa la escena terrible a la que acaba de asistir cuando una masa de soldados franceses envueltos en harapos, muertos de hambre y de frío, acompañados por mujeres y niños, intenta pasar un puente huyendo de la caballería cosaca. Caen al agua turbulenta y muy fría, muchos de ellos se ahogan, los que no se han decidido a cruzar son degollados por los sables de los cosacos. Su cuaderno está envuelto en un forro de cuero rojo, atado con cintas: lo llevaría en un bolsillo interior del uniforme, cerca del corazón agitado por latidos violentos, protegido de la humedad, como un mensaje urgente y secreto para entregar al porvenir.

Los presentes son simultáneos; el instinto de dejar constancia de una catástrofe que está sucediendo ahora mismo se prolonga idéntico: cerca del cuaderno del cirujano de Napoleón está el de un teniente de la policía de Nueva York escrito en las horas y días siguientes al 11 de septiembre de 2001. Las páginas tienen un membrete de formularios oficiales: los rasgos de la escritura a bolígrafo se inclinan en el empeño de contarlo rápidamente todo. El material inmediato es lo que acaba de ocurrir o lo que ahora mismo está ante los ojos.

 

Un día de 1973, en Memphis, en una habitación de hotel, durante su gira con The Band, Bob Dylan dibuja en un cuaderno de anillas: la mesa, la ventana, la calle con tráfico y coches aparcados, los edificios, una vista cualquiera en un día cualquiera que de pronto es memorable, porque a pesar de su apariencia de monotonía sólo existe una vez. El 30 de julio de 1863, Walt Whitman anota con una caligrafía de grandes vuelos gestuales su visita a un hospital de soldados heridos en Washington. En un cuaderno que tiene más de libro de contabilidad que de diario Edward Gibbon, que lleva años dedicado a la tarea interminable de escribir su historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, apunta el importe de los libros, el papel, la tinta que ha comprado, así como la pequeña deuda que le ha devuelto al cocinero de un amigo suyo.
El 18 de agosto de 1841, Fanny Grenfell, separada a la fuerza por su familia del hombre del que está enamorada -él es católico y pobre-, escribe en secreto una entrada de su diario, que tiene la forma de una carta dirigida a él: ha soñado que recibía una carta suya, y que al abrirla reconocía su propia letra, la carta escrita por ella misma. El 31 de mayo de 1938 John Steinbeck consigna que acaba de empezar Las uvas de la ira.

Acabo estremecido y mareado de tantos presentes. En la tienda de regalos me compro un cuaderno de tapas negras y hermosas hojas en blanco. La acera llena de sol y de nieve, la calma del domingo en Madison Avenue, el taxista haitiano que conduce escuchando un noticiario en francés, son parte de un relato posible que quizás valdría la pena escribir, la crónica nunca banal de un solo día.
_________________________________________________________________________________________

Antonio Muñoz Molina - Publicado em Babelia/ El País
tags:
publicado por ardotempo às 13:37 | Comentar | Adicionar

O acaso em versão sinistra

O jogo dos anjos da morte

 

Mariana Ianelli

 

Uma guerra pode acontecer a qualquer hora, em qualquer parte. Você está no mercado fazendo sua compra do mês e de repente sente uma agulhada, um fogacho no estômago, tenta dar um passo e o passo retrocede, você desmorona, a cara enfiada numa gôndola de biscoitos. Pode acontecer. Os jornais noticiam tragédias como essa de quando em quando. Porque a paz, a paz reina mesmo é no além-mundo.

 

Do lado de cá, temos esta coisa selvagem, sombria, que é a sede de sangue, uma sede tamanha que às vezes faz pensar se não chegará o dia em que nenhum motivo de guerra, nenhuma causa política, religiosa ou social será tão explícita quanto a pura vontade de matar. Matar por esporte. Tal e qual a Caçada Alegre do teatro mágico de Hermann Hesse, onde, na beira de uma estrada, do alto de um pinheiro, o jogo macabro de dois homens é atirar nos carros que passam.

 

Então você sai logo cedo a caminho do trabalho, como de hábito, e alguém mira sua nuca, a única disponível naquele momento ali na esquina, alguém mira sua nuca e dispara. Por razão nenhuma, só por farra. Ou quem sabe a arbitrariedade da violência seja mais sofisticada e o jogo se estenda, exatamente como o ritual de uma caçada, e você antes seja perseguido, cuidadosamente observado nas suas repetições de circuito, que por mais inusitados que possam ser os seus dias, haverá sempre algo que se repete, pois há sempre uma triste mania na qual um homem se enraíza, o canto de um balcão de uma padaria, uma cadeira predileta no fundo de um bar, aos domingos, ou no caminho da casa para o trabalho, do trabalho para casa, uma rua preferida. Alguém segue seu rastro, liga os pontos que delimitam sua rotina, descobre um desenho para a sua vida, até que finalmente você se distrai, na famosa hora da onça beber água, e pronto, o jogo termina.

 

 

 

 

Fantasioso que seja, não parece cenário tão mais absurdo do que estudantes abrindo fogo em salas de aula ou meninos pistoleiros que, sob o comando de traficantes, recebem três mil dólares por homicídio. Apenas que nesta nova caçada já não haveria necessidade de um motivo. Seria o império do acaso na sua versão mais sinistra, homens que se designassem anjos da morte uns dos outros numa brincadeira sanguinária cuja lei é só o prazer da guerra, sem limites.

 

Mariana Ianelli - Publicado no blog Vida Breve

tags:
publicado por ardotempo às 10:21 | Comentar | Adicionar

Retrato de Rivera (Don Frutos), por Aldyr Garcia Schlee

Desenho inédito

 

Desenho inédito de Don Frutos, (o caudilho Fructuoso Rivera quando jovem), realizado com caneta esferográfica pelo artista e escritor Aldyr Garcia Schlee, 2010

tags: ,
publicado por ardotempo às 01:31 | Comentar | Adicionar
Sexta-feira, 28.01.11

Dez segundos

Desenho

 

 

 

 

Tinta china e aquarela, 2011

publicado por ardotempo às 23:08 | Comentar | Adicionar

Escravos de Jane

Remissão


Luis Fernando Verissimo


Uma única catedral gótica ou uma única cantata de Bach redimem a religião de todos os seus males. Ou não. Você pode atribuir a beleza da igreja e da música à devoção religiosa e perdoar as barbaridades que a mesma devoção inspirou através da história, ou concluir que uma coisa não determinou a outra — Bach seria Bach mesmo sem a devoção — e apenas se admirar que tenham sido simultâneas.


Escolha: a arte religiosa se nutriu da violenta história do cristianismo ou floresceu apesar dos seus conflitos, para compensar a violência? Pode-se até imaginar uma tabela de remissões. Quantos anos de obscurantismo e fanatismo da Igreja são absolvidos pela Pietà do Michelangelo, por exemplo? Só o Réquiem do Mozart basta para a absolvição da Inquisição?


Tudo depende do olhar. Há quem olhe as pirâmides do Egito e veja um fenômeno arquitetônico e um triunfo do empreendimento humano. Outros só veem o sofrimento dos escravos pela maior glória de senhores insensíveis. Há quem olhe a fachada de uma catedral antiga e sinta seu espirito se enlevar, há quem veja na sua imponência apenas uma declaração de poder.

 

 

 

 


No seu livro "Cultura e Imperialismo", o critico Edward Said escreveu sobre a relação, às vezes inconsciente, do romance europeu com o colonialismo a partir do século 19. Seu exemplo mais comentado é um estudo sobre "Mansfield Park", de Jane Austen, em que ele ressalta a importância para a vida na mansão descrita pela autora, que dá título ao livro, de uma plantação no Caribe.


Em nenhum momento do livro de Austen é sugerido que a família seja cúmplice do imperialismo, e muito menos que seu estilo de vida dependa de escravos, mas a tese de Said é que em boa parte da literatura feita na Europa na época — inclusive singelas histórias de donzelas pastorais vivendo o drama de arranjar marido — esta interdependência está implícita. Depende do olhar de quem a lê.


Como no caso de catedrais e cantatas, a literatura produzida na Inglaterra e na França principalmente (e Portugal e Espanha, já que estamos falando de colonizadores) redime ou não redime o crime, neste caso da conquista imperial. Vendo uma mansão inglesa em meio a um idílico parque de grama perfeita, você pensa em Jane Austen ou pensa nos escravos?

 

Luis Fernando Verissimo

tags:
publicado por ardotempo às 03:54 | Comentar | Adicionar
Quinta-feira, 27.01.11

O café, o escritor e o paparazzo

Fotografia

 


 

Gilberto Perin - Retrato de Mario Vargas Llosa - Fotografia (Porto Alegre RS Brasil), 2010

publicado por ardotempo às 18:42 | Comentar | Adicionar

Mensagem

Desenho

 

 

 

 

Tinta china, pena caligráfica e aquarela, 2011

publicado por ardotempo às 18:28 | Comentar | Adicionar
Quarta-feira, 26.01.11

Literatura, democracia e preconceitos

 

LUIZ RUFFATO - O escritor de um novo mundo

 

Entrevista concedida a Nahima Maciel - Correio Braziliense


Nahima Maciel – Você diz que um escritor precisa se posicionar politicamente. Gostou do resultado das eleições?

 

Luiz Ruffato – Você não pode deixar de concordar que o país mudou radicalmente, economicamente e socialmente. Foi uma mudança revolucionária. Isso não significa que resolvemos os problemas. Muito pelo contrário. Temos problemas gravíssimos que ainda não foram enfrentados. São apenas 25 anos, no entanto, é o maior período de democracia em toda a história do país e mostra que o único caminho possível é esse. É hora de alimentar a democracia e dar continuidade aos projetos que foram iniciados e, quem sabe, em 30 ou 40 anos, vamos ter um país absolutamente diferente.

 

Acredito nisso, estamos muito melhor e acho que esse processo eleitoral, embora muito desgastante, foi extremamente importante para pensar a respeito do que nós queremos para nosso país. Fiquei muito feliz com o resultado. Sem dúvida.

 

NM – Você encara o diálogo com a sociedade como algo importante porque a literatura pode mudar a cabeça de uma pessoa. Como faz isso?

 

LR – Tento fazer uma literatura na qual o leitor realmente se sinta desconfortável e se proponha a pensar a respeito das questões que estão sendo colocadas. Não é concordar ou discordar, mas refletir sobre isso. Existe o papel público do escritor. Nós, durante muito tempo, renunciamos a esse papel que agora voltamos a ter e que eu gosto muito de exercer. Vou muito a escolas públicas, mesmo quando não tem nada a ver com meu trabalho. Gosto de pensar na ideia de que minha biografia pode despertar outras crianças e jovens que nasceram na mesma classe social que eu e mostrar que é possível descobrir um mundo novo. Esse seria o desdobramento do meu papel público. E insisto nisso. Não me furto de discutir qualquer assunto. Quero me posicionar a respeito de qualquer assunto. Mesmo que depois eu venha a repensar minha posição, mesmo que descubra estar errado. Mas acho importante que eu me posicione.

 

NM – Durante uma palestra, você avisou o público que não é um cara de verdades definitivas. Isso é fruto de uma liberdade que lhe permite, inclusive, a incoerência?

 

LR – Acho que é ser coerente, mas é uma coerência dentro da humildade de saber que você é falível. Coisas que vim aprendendo ao longo da vida foram me modificando como ser humano e, portanto, modificando minhas verdades. Isso não significa incoerência, de forma alguma. Isso significa você ter a humildade de saber que está no mundo para aprender e que existem no mundo pessoas que podem oferecer a você outras reflexões e que elas podem alterar profundamente suas verdades. Gosto muito de pensar nisso. Não vejo como incoerência, mas sim como desdobramento de experiências.

 

NM – Sua própria história pode ser encarada como fruto desse Brasil que está amadurecendo, crescendo?

 

LR – Parece pretensão, mas me vejo exatamente assim. É como se eu fosse a encarnação desse momento. Minha história pessoal é exatamente a história de alguém que não tinha nenhuma perspectiva, ou tinha pouca perspectiva. O máximo de pretensão que teria tido na vida era, saindo da minha situação de filho de uma mãe analfabeta e lavadeira e de um pai semianalfabeto pipoqueiro, ser um torneiro mecânico. No entanto, quando me formei, o ABC já estava entrando em decadência e nem torneiro mecânico era uma profissão importante. Mesmo assim, fiz carreira profissional como jornalista e escritor. É a ascensão objetiva das classes C e D. Eu sou a encarnação desse conceito que hoje está muito presente na nossa sociedade.

 

NM – Acha que um dia chegaremos ao ponto de a educação ser um mecanismo efetivo de ascensão social?

 

LR – Me irrita profundamente a visão passadista de que antes a educação no Brasil era muito boa e hoje é muito ruim. A educação pública no Brasil, antigamente, era muito boa para meia dúzia de pessoas. A maioria da população nem sequer tinha acesso à educação. A ditadura destruiu o pouco de ensino público que havia no país e nossa democracia pegou uma educação absolutamente desarticulada, mas pelo menos conseguimos universalizar o acesso à educação. Está sendo feito um esforço imenso para resolver essas questões básicas. Parece que estou fazendo propaganda política, mas não é isso.

 

Esse governo triplicou o número de vagas no ensino público federal e ampliou enormemente o número de escolas técnicas. Estamos dando os primeiros passos. Não tenho nenhuma dúvida. A única maneira de ascensão social no Brasil vai ser por meio da educação. E não tenho dúvida de que se houver um esforço no sentido de melhorar a educação vamos gerar uma espécie de primeiro mundo tropical, que é o que todos desejamos.

 

NM – Por que você diz que sente inveja do Paulo Coelho?

 

LR – Brinco sempre que queria vender como ele, mas não escrever como ele. Existe muito preconceito, não gosto dessa ideia da literatura como uma coisa intocável, o escritor como um ser privilegiado. Não é nada disso. Eu escrevo, faço literatura, estou dentro do sistema literário e não vejo problema nisso. Vivo de literatura. Tenho maior orgulho disso. Agora, é evidente que nunca vou conseguir vender como Paulo Coelho porque minha literatura não é facilitada. Mas sempre faço essa brincadeira porque, para mim, é muito concreto. Vender como Paulo Coelho sim, não tenho nenhum problema com o mercado, mas escrever como ele, não.

 

NM – Fala-se muito da ligação da Geração 90 com o universo urbano, até porque ela nasceu em São Paulo. Você se sente ligado a isso ou isso não importa? O que é essa temática para você?

 

LR – É inegável. Hoje, pelas últimas estatísticas do IBGE, 80% da população brasileira vive na cidade, então é quase natural que a literatura que reflete um pouco a sociedade vá falar das questões urbanas. O que mudou na minha opinião é que, antigamente, quando se falava em literatura urbana, era São Paulo e Rio de Janeiro. Hoje você tem literatura urbana em um monte de lugares no Brasil e essa diluição permite que existam várias visões absolutamente diferentes e complementares dessas várias literaturas urbanas.

 

Não acho que a Geração 90 seja marcada por uma literatura urbana, mas por literaturas urbanas. E que dialogam de alguma maneira com o que resta de não urbano no Brasil, inclusive porque uma das marcas que se diz que a Geração 90 tem, que é a questão da violência, está presente em qualquer cidade do interior hoje.

 

NM – Você tem medo da globalização?

 

LR – Não acredito em globalização. A globalização só existe em função de mercadorias, mas não de pessoas. Na Europa, a gente passa nas alfândegas porque é brasileiro. Quando se falava em globalização, falava-se em um mundo homogeneizado, em que as pessoas fossem pensar mais ou menos a mesma coisa e isso não aconteceu e não vai acontecer porque, pelo contrário, cada vez mais você percebe movimentos de legitimação dos entornos.

Não dá para falar em globalização quando temos uma divisão clara, hoje, entre o mundo cristão e o muçulmano. Que globalização é essa? É uma invenção no sentido de mercadoria. De comércio. Mas nunca foi no sentido cultural.

 

NM – Você é místico, mítico ou religioso?

 

LR – Religião não é uma preocupação minha. Não é algo que faça parte do meu cotidiano pensar a respeito disso. Mas é evidente que existe uma base que me interessa muito, que é a questão da ética. Sem ela as coisas ficam muito complicadas. Por exemplo, a ética básica de não fazer ao outro o que você não quer que façam a você. É a base, de alguma maneira, do cristianismo e levo com absoluto rigor. Agora, acreditar em Deus, frequentar cultos, essas coisas não me preocupam, embora tenha profundo respeito por todas as manifestações religiosas, inclusive pelos pastores que ficam pregando na televisão, porque essa visão do pentecostalismo que existe no Brasil é extremamente preconceituosa e vem dos católicos brancos e da elite brasileira. O que é a Igreja Católica senão exatamente a mesma coisa? Explora a fé do mesmo jeito que os pastores exploram.

 

NM – Você costuma citar temas que deviam ser tratados na literatura, mas não são, como a violência c ontra a criança. Como esses temas deveriam ser tratados?

 

LR – É uma preocupação que tenho com as minorias ou com questões que não são discutidas normalmente na literatura. Por exemplo, a questão da homossexualidade, que embora aparentemente seja uma coisa que hoje está tudo bem. São Paulo tem a maior parada gay do mundo e, no entanto, houve aqueles ataques contra pessoas que estavam na rua por que os agressores cismaram que eram gays. Esse problema não está resolvido, e é muito sério. É uma questão de como a nossa sociedade encara a questão do racismo. A discussão sobre cotas na universidade, por exemplo, foi importante também por causa disso. As manifestações racistas vieram à tona e a sociedade foi obrigada a discutir isso. Existem temas que fascinam pelo poder de mobilização de reflexão. Eu não me pauto por isso, mas gosto de enfrentar esse tipo de problema. Seria capaz e acharia interessante, se me fosse proposto, escrever coisas sobre determinados temas.

 

NM – Você é otimista?

 

LR – Absolutamente otimista. Tão otimista que às vezes sou também bobo. Vejo minha infância e vejo onde cheguei, vejo o Brasil da minha infância e onde estamos hoje, não tem como não ser otimista. Demos passos largos e m direção a uma coisa muito melhor, mas acho que sou mais otimista ainda no sentido de que a única coisa que nós, seres humanos, temos que buscar na vida é a felicidade. Nascemos para morrer. Se nesse intervalo entre nascer e morrer você não tiver como objetivo na vida ser feliz, não consigo compreender para que alguém vive.

 

Entrevista indicada e recomendada por Celso Kaufman (Brasília) - Publicada no Correio Braziliense

publicado por ardotempo às 18:22 | Comentar | Adicionar

Melhor permanecer vivo

 

O LADO DE CÁ

 

Cláudio Moreno

 

Ninguém sabe, com certeza, o que acontece conosco quando a luz finalmente se apaga e fechamos atrás de nós a estreita porta da vida. Essa eterna questão já recebeu dezenas de respostas — nas mitologias, nas religiões, nas crendices populares, nos sistemas filosóficos —, mas estamos tão longe de resolvê-la quanto estava nosso antepassado das cavernas. Alguns raros escolhidos, contudo, alegam que já deram uma passada pelo outro lado e voltaram para contar tudo o que viram por lá. Plutarco menciona o caso de um tal de Arideus, habitante da Cilícia, famoso por sua falta de escrúpulos.

 

Tendo dissipado toda sua fortuna na juventude, vinha levando uma vida de deboche e vilania, usando de todas as baixezas possíveis para se tornar rico de novo. Ao perguntar ao oráculo se ainda teria alguma chance de melhorar de vida, a resposta enigmática foi que só depois de morto isso poderia ocorrer — e Arideus não esperou muito tempo para entender o sentido dessas palavras, pois caiu do alto de uma ribanceira, bateu a cabeça e morreu.

 

Três dias depois, no entanto, quando já se cumpriam os ritos para seu sepultamento, voltou à vida, cheio de novidades. Não interessa a descrição daquilo que viu do outro lado, pois segue o padrão de experiências semelhantes, numa linguagem mais adequada para folhetos turísticos que promovam viagens de ida e volta ao Além: luz, muita luz, feixes de galáxias luminosas, miríades de estrelas cintilantes, sinfonia feérica de planetas, mais luz, cores e brilhos indescritíveis, ondas de luz, cataratas de luz, etc. (já que, estranhamente, ninguém volta falando nas labaredas e no forte cheiro de enxofre...).

 

Interessa, isso sim, que Arideus mudou radicalmente depois disso, tornando-se o homem mais virtuoso da Cilícia, bom pai e amigo leal.

 

 

 

 

Há quem diga que foi a visão daquele mundo luminoso — e o medo de perdê-lo — o principal responsável por esta mudança.

 

Eu, porém, que só conheço este mundo em que me encontro, prefiro acreditar que ele se corrigiu simplesmente porque entendeu o valor de estar vivo.

 

Miguel Esteves Cardoso, autor português de primeira, que também passou por uma dessas experiências de quase-morte, diz isso melhor que ninguém: "Ver o azul do céu, essas merdas. E os dias. Começas a apreciar a vida, a respiração, acordar bem disposto, a água do banho". Antes se comprava tudo; depois do susto da morte, os prazeres são diferentes: "Traz uma humildade absoluta", diz ele, "que é a gratidão, no sentido de olha lá a sorte que eu tive! Saber apreciar isso de estar vivo!

 

Cláudio Moreno - Publicado em Noites Gregas

Imagem: A fonte

tags:
publicado por ardotempo às 00:47 | Comentar | Adicionar
Terça-feira, 25.01.11

Cadernos antigos

Cadernos da memória

 

 

 

Caderno antigo

 

Escrevi o poema

no caderno antigo

as folhas restaram

amarelas

 

Refiz o poema

revolvi fonemas

rimas e versos

brancos

 

Risquei nomes

rasguei ausências

fantasmas,

palavras

doídas

 

(na dúvida,

despi-me

de todas elas)

 

Incerta,

a traça

(indiscreta)

devora na hora

(voraz)

letra, lira e rima

 

(o que era

poema

transformou-se

no instante)

 

 

©Cleonice Bourscheid

 

Imagem publicada por Jornalista Vaz

tags:
publicado por ardotempo às 00:13 | Comentar | Adicionar
Segunda-feira, 24.01.11

Teresópolis, Nova Friburgo, Florianópolis, Palhoça


José Saramago escreveu sobre o passado, sobre o presente, sobre o futuro...


Quantos Haitis?


José Saramago


No Dia de Todos os Santos de 1755 Lisboa foi Haiti. A terra tremeu quando faltavam poucos minutos para as dez da manhã. As igrejas estavam repletas de fiéis, os sermões e as missas no auge… Depois do primeiro abalo, cuja magnitude os geólogos calculam hoje ter atingido o grau 9 na escala de Richter, as réplicas, também elas de grande potência destrutiva, prolongaram-se pela eternidade de duas horas e meia, deixando 85% das construções da cidade reduzidas a escombros. Segundo testemunhos da época, a altura da vaga do tsunami resultante do sismo foi de vinte metros, causando 600 vítimas mortais entre a multidão que havia sido atraída pelo insólito espectáculo do fundo do rio juncado de destroços dos navios ali afundados ao longo do tempo.

 

Os incêndios durariam cinco dias. Os grandes edifícios, palácios, conventos, recheados de riquezas artísticas, bibliotecas, galerias de pinturas, o teatro da ópera recentemente inaugurado, que, melhor ou pior, haviam aguentado os primeiros embates do terramoto, foram devorados pelo fogo. Dos 275 mil habitantes que Lisboa tinha então, crê-se que morreram 90 mil.


Conta-se que à pergunta inevitável “E agora, que fazer?”, o secretário de Estrangeiros Sebastião José de Carvalho e Melo, que mais tarde viria a ser nomeado primeiro-ministro, teria respondido “Enterrar os mortos e cuidar dos vivos”. Estas palavras, que logo entraram na História, foram efectivamente pronunciadas, mas não por ele. Disse-as um oficial superior do exército, desta maneira espoliado do seu haver, como tantas vezes acontece, em favor de alguém mais poderoso.


A enterrar os seus cento e vinte mil ou mais mortos anda agora o Haiti, enquanto a comunidade internacional se esforça por acudir aos vivos, no meio do caos e da desorganização múltipla de um país que mesmo antes do sismo, desde gerações, já se encontrava em estado de catástrofe lenta, de calamidade permanente. Lisboa foi reconstruída, o Haiti também o será. A questão, no que toca ao Haiti, reside em como se há-de reconstruir eficazmente a comunidade do seu povo, reduzido não só à mais extrema das pobrezas como historicamente alheio a um sentimento de consciência nacional que lhe permitisse alcançar por si mesmo, com tempo e com trabalho, um grau razoável de homogeneidade social. De todo o mundo, de distintas proveniências, milhões e milhões de euros e de dólares estão sendo encaminhados para o Haiti. Os abastecimentos começaram a chegar a uma ilha onde tudo faltava, fosse porque se perdeu no terramoto, fosse porque nunca lá existiu. Como por acção de uma divindade particular, os bairros ricos, em comparação com o resto da cidade de Porto Príncipe, foram pouco afectados pelo sismo.


Diz-se, e à vista do que aconteceu no Haiti parece certo, que os desígnios de Deus são inescrutáveis. Em Lisboa as orações dos fiéis não puderam impedir que o tecto e e os muros das igrejas lhes caíssem em cima e os esmagassem. No Haiti, nem mesmo a simples gratidão por haverem salvo vidas e bens sem nada terem feito para isso, moveu os corações dos ricos a acudir à desgraça de milhões de homens e mulheres que não podem sequer presumir do nome unificador de compatriotas porque pertencem ao mais ínfimo da escala social, aos não-ser, aos vivos que sempre estiveram mortos porque a vida plena lhes foi negada, escravos que foram de senhores, escravos que são da necessidade. Não há notícia de que um único haitiano rico tenha aberto os cordões ou aliviado as suas contas bancárias para socorrer os sinistrados. O coração do rico é a chave do seu cofre-forte.


Haverá outros terramotos, outras inundações, outras catástrofes dessas a que chamamos naturais. Temos aí o aquecimento global com as suas secas e as suas inundações, as emissões de CO2 que só forçados pela opinião pública os governos se resignarão a reduzir, e talvez tenhamos já no horizonte algo em que parece ninguém querer pensar, a possibilidade de uma coincidência dos fenómenos causados pelo aquecimento com a aproximação de uma nova era glacial que cobriria de gelo metade da Europa e agora estaria dando os primeiros e ainda benignos sinais.

 

 

 

 

Não será para amanhã, podemos viver e morrer tranquilos. Mas, di-lo quem sabe, as sete eras glaciais por que o planeta passou até hoje não foram as únicas, outras haverá. Entretanto, olhemos para este Haiti e para os outros mil Haitis que existem no mundo, não só para aqueles que praticamente estão sentados em cima de instáveis falhas tectónicas para as quais não se vê solução possível, mas também para os que vivem no fio da navalha da fome, da falta de assistência sanitária, da ausência de uma instrução pública satisfatória, onde os factores propícios ao desenvolvimento são praticamente nulos e os conflitos armados, as guerras entre etnias separadas por diferenças religiosas ou por rancores históricos cuja origem acabou por se perder da memória em muitos casos, mas que os interesses de agora se obstinam em alimentar.


O antigo colonialismo não desapareceu, multiplicou-se numa diversidade de versões locais, e não são poucos os casos em que os seus herdeiros imediatos foram as próprias elites locais, antigos guerrilheiros transformados em novos exploradores do seu povo, a mesma cobiça, a crueldade de sempre.

 

Esses são os Haitis que há que salvar. Há quem diga que a crise económica veio corrigir o rumo suicida da humanidade. Não estou muito certo disso, mas ao menos que a lição do Haiti possa aproveitar-nos a todos. Os mortos de Porto Príncipe foram fazer companhia aos mortos de Lisboa. Já não podemos fazer nada por eles. Agora, como sempre, a nossa obrigação é cuidar dos vivos.


José Saramago - Texto publicado em 08 de Fevereiro de 2010

publicado por ardotempo às 00:02 | Comentar | Adicionar
Domingo, 23.01.11

Os torturadores blindados do Brasil

A tortura protegida

 

Israel foi buscar, audaciosamente, inclusive em países distantes, os seus algozes no Holocausto, para ajustar as suas contas e fazer justiça frente às atrocidades medonhas que seu povo sofreu durante a 2ª Guerra Mundial. Juízes espanhóis encarceraram por algum tempo o sanguinário e assassino ditador chileno Pinochet.

 

Ernesto Sabato realizou um comovente trabalho de resgate da dignidade argentina identificando e relatando os fatos, as vítimas, os seus verdugos e hoje, os ditadores responsáveis e vários torturadores nominados daquele período terrível estão recolhidos aos presídios, cumprindo suas penas.

 

Uruguai e Chile identificaram, julgaram e condenaram diversos torturadores. Por que no Brasil os torturadores gozam dos privilégios da blindagem oficial, da liberdade de ação e do esquecimento de seus atos perversos? Por qual motivo iníquo os governantes e autoridades brasileiras, ano após ano, fingem-se de postes e de árvores silenciosas, para proteger no esquecimento e nas sombras, as ações tenebrosas e cruéis desses assassinos que serviram de forma sangrenta aos mais nefastos interesses e produziram malfeitorias doentias contra a população indefesa?

 

Até quando a tortura praticada por anos, durante os tempos de chumbo da ditadura, permanecerá oculta nas sombras da impunidade, nos arquivos cerrados da burocracia e do descaso oficial?

 

 

 

 

publicado por ardotempo às 17:48 | Comentar | Adicionar

"A palavra maluco desapareceu desta casa"

O Casamento


António Lobo Antunes


Desenha-me uma árvore, desenha-me o sol, um sol a sorrir, com sobrancelhas e nariz, desenha-me nuvens com cerejas penduradas.


Desenha-me uma vaca. Ou um gato. Ou um elefante, já agora. Uma casa com um quintal. Isso: desenha-me uma casa com um quintal e nós dois à janela. Conta-me uma história. Não te vás embora ainda, conta-me uma história que acabe bem, com pessoas felizes para sempre. Mente-me. Faz o favor de me mentires desde que sejam mentiras que eu goste. Dá-me uma colher de compota, ervilhas com ovos escalfados, um beijinho na testa. Não custa muito, um beijinho na testa, de modo que a marca do baton fique na pele. Depois diz-me


- Podes ir


e eu vou, não me arrasto por aqui a maçar-te, prometo, a ler o jornal, a ocupar espaço, a encher tudo de fumo, a deixar cinza no chão. Aprendi a perceber quando as coisas acabam e, depois de onze anos de casados, é assim tanto pedir-te que desenhes uma árvore? Não te incomodes com o papel, qualquer papel serve, nem vale a pena procurares uma caneta, usa o lápis dos olhos, aquele com que, ao princípio, me sujavas o colarinho. Até nem me rala que ponhas a árvore, ou o sol, ou as nuvens no colarinho, se me perguntarem explico


- Foi a minha ex-mulher


e as pessoas compreendem. Não faças essa cara, compreendem, por que carga de água não haviam de compreender?


Não comentam


- Olha aquele com uma vaca na camisa


aprovam. Não acreditas em mim?


O problema é que nunca acreditaste em mim, a mesma conversa desde o princípio


- És maluco


e se calhar sou maluco, sei lá, que diferença faz se acabou? E uma vaca na camisa, o que tem? Quem diz vaca diz elefante, e vaca ou elefante o que tem? O mais natural é que nem reparem, conforme não repararam na falta de aliança no meu dedo. Pode ser que uma colega


- A tua aliança?


eu


- Perdi-a


ela


- Perdes tudo


e a voltar ao microscópio, desinteressada. Em todo o caso


- Perdes tudo


injusto, às vezes esqueço-me do guarda-chuva, como toda a gente, mas


- Perdes tudo


um exagero. Um exagero e uma mentira.


Perdi-te a ti e chega. Se me contares uma história que acabe bem, e acho que não custa contares uma história que acabe bem, ajuda. Não te levantes, por favor, espera um bocadinho que eu já saio, tenho a mala à porta, é só pegar nela, meter-me no carro e não tornas a pôr-me a vista em cima. Nem olho para as janelas, garanto, à procura de uma cara que não vai aparecer nos caixilhos, de uma mãozinha que não vai acenar, com esse verniz de unhas que me excita.
Desculpa confessar isto, que aliás neste momento não tem importância, mas excita-me, não leves a mal. Há outras partes tuas que me excitam, por exemplo aqui, não te zangues que não é uma carícia, é uma explicação, por exemplo aqui também e não vale a pena sacudires-me, sei perfeitamente que não sou desejado. Recordas-te de quando eu te lambia a orelha e tu


- Faz-me cócegas


mas sem tirares a orelha, a apertares-me a perna com mais força ainda? Consentes que te lamba uma última vez, uma vez pequenina, lambo e tiro logo, nem me sentes? Assim ao de leve, olha, a concha do ouvido, o lóbulo, o pescoço neste sítio, onde o cabelo tem caracolinhos pequeninos, lá estás tu a fechar os olhos e a respirar mais depressa, lá estão os teus ombros a tremerem. Tão bom quando os teus ombros tremem, quando te lamentas


- Estou toda arrepiada


e giras a cabeça, isso, para que te acaricie a nuca, desça um bocadinho ao longo do pescoço, te passeie no ombro devagar, estás a ver, toque ao de leve com a ponta do indicador, na ponta do peito que começa a ficar duro, que cresce, qual a razão da ponta do peito crescer, dos joelhos


- Não pares


começarem a afastar-se, da minha palma subir pelo interior da perna até este sítio, onde tudo mais tenro, mais dócil, mais suave, volta-te para este lado, desenha-me a tal árvore no peito, com a boca, vai descendo, se quiseres, que eu não levo a mal, não há motivo para levar-te a mal, que bom pegar no teu cabelo e guiar-te a cabeça, eu puxo o fecho éclair, não te incomodes, eu desaperto o cinto, o raio da fivela há-de obedecer, chamame maluco, chama-me doido, chamame fofinho, não pares, por amor de Deus não pares, mais depressa, assim, não mordas que aleija, quantas vezes é preciso dizer que aleija, raios te partam, vamos lá a fazer isso com jeitinho, como deve ser, vamos lá a fazer isso como uma maluca, uma doida, uma fofinha, ai tão lindo, estamos quase no fim, que árvore tão bem desenhada, que nuvem com cerejas penduradas, que gato, que elefante, que história bonita com pessoas felizes para sempre que me estás a contar, aguenta um segundo que tenho de ir à cozinha beber água e já volto, vou num pé e venho no outro, nem dás por isso, depois pões-me outra vez a aliança no dedo, a aliança pode esperar, o que interessa agora, que se lixe a aliança, mesmo sem aliança sou teu marido, tens aqui um sinal esquisito, umas rugas, de expressão uma ova, umas rugas, não te zangues se te confessar que envelheces sem graça, pede uma pizza pelo telefone que o fogão não é o teu forte, há onze anos que engulo o que me dás sem um protesto, comemos uma pizza, depois sentamo-nos no sofá, depois tu vês televisão e eu aborreço-me, depois tiras a minha roupa da mala e guardas tudo, como deve ser, nas gavetas, depois, antes de te deitares, não laves os dentes com a minha escova que detesto o teu hálito, e sobretudo pára imediatamente de me desenhares vacas na camisa com o lápis dos olhos, vão pensar que me passei dos carretos e fica sabendo que a palavra maluco, a partir de agora, desapareceu desta casa.

 

António Lobo Antunes

tags:
publicado por ardotempo às 12:50 | Comentar | Adicionar

O trenzinho

Cantando pela serra do luar


Ferreira Gullar

 


 

Na abertura da exposição comemorativa de meus 80 anos, no Museu Nacional de Belas Artes, no Rio, fui surpreendido por um coral de jovens estudantes que, postado na escadaria, à entrada do museu, começou a cantar "O Trenzinho do Caipira". Após o primeiro momento de espanto, passei a cantar com eles, baixinho, claro, pois não desejava ser ouvido; é que não resisti ao impulso de participar daquele momento.


Não havia ali, a meu ver, um homenageado e, sim, uma encantada confraternização.


Mas, por incrível que pareça, enquanto cantava e me confundia com as demais pessoas ali presentes, veio-me uma constatação: a do contraste entre aquele momento e o outro, distante 40 anos, quando pus letra na tocata da "Bachiana nº 2", de Villa-Lobos.


Muita gente conhece a história do "Poema Sujo", escrito por mim em Buenos Aires, em 1975, mas o que constatei, de súbito, nesse momento de confraternização, foi o contraste entre a alegria de agora e o desamparo em que me encontrava naquele apartamento da avenida Honorio Pueyrredón, certo de que o mundo desabava sobre minha cabeça.


Não pretendo me valer desse pretexto para falar de mim mesmo ou do "Poema Sujo", de que a letra do "Trenzinho" é parte. Não é isso. A surpresa me arrebatou, ali, à entrada do museu, diante daqueles meninos e meninas que o cantavam, reacendendo, inesperadamente, em mim, a manhã de maio de 1975, quando, como quem faz a última coisa possível, escrevia aquele poema que, mal sabia eu, iria tornar-se o mais conhecido e traduzido dentre os tantos que escrevi na vida.


Assim foi que, subitamente, estou de volta àquele momento. Estou desgastado e ferido pelos anos de exílio, pelas perdas, pelas decepções e derrotas. A família, os amigos, o Rio de Janeiro, com suas praias e montanhas lilases, estão fora de meu alcance, e não me conformo com isso. É que, então, ali, era apenas um poeta às voltas com um poema que inventava - a única alegria possível.


Agora, em 2010, diante do coral, no hall de entrada do MNBA, o tempo se abre como um abismo e me suga e me atira, outra vez, para 40 anos atrás, naquele instante esvaído no curso da vida, mas que a cantiga do coral me traz de volta, sem que ninguém ali o perceba, cantando que estão ou encantados com o canto, senão eu que, não obstante, continuo a cantar com eles.


O presente é canto vibrante mas, dentro dele, estou eu-outrora, diante da máquina de escrever Lettera 22, inventando o "Poema Sujo". E é nesse momento do poema, quando lembro das viagens de trem que fazia com meu pai, que a "Bachiana nº 2" invade o quarto (a "Bachiana" que, quando ouvi pela primeira vez, me fez lembrar daquelas viagens e que agora, ao contrário, vem trazida pela lembrança delas). E a letra que, durante 20 anos, tentara escrever, sem o conseguir, escrevo-a então em menos de 20 minutos:


"Lá vai o trem com o menino

Lá vai a vida a rodar

Lá vai ciranda e destino

Cidade e noite a girar."


A mesma letra que ouço agora na voz dos garotos, nesse começo de noite em dezembro de 2010. Sim, a mesma, mas outra, pois a que ouvia, escrevendo-a, era quase silêncio, murmúrio que se juntava à melodia de Villa-Lobos tocando na vitrola. E me pergunto, agora, quando escrevo esta crônica, de que afinal somos feitos, se de matéria ou de memória. Mas, veja bem, memória não é passado? Ou não é? Tendo a pensar, fora da lógica aparente, que tudo é presente, todo o vivido, só que, em geral, estamos ocupados demais com o agora para nos darmos conta disso.


De qualquer modo, não poderia nunca imaginar, naquela manhã distante, que aquele murmúrio se tornaria canção, que aqueles versos um dia seriam um canto público na voz de meninos e meninas do meu país, décadas depois, numa noite de alegria e comemoração, quando o que foi sofrimento e desespero se apagou para sempre, pois a própria vida, na sua alquimia, os mudou em festa.


"Lá vai o trem sem destino

Pro dia novo encontrar

Cantando vai pela terra,

vai pela serra,

vai pelo mar."

 

 

Ferreira Gullar - Publicado na Folha de São Paulo/ UOL

tags:
publicado por ardotempo às 12:42 | Comentar | Adicionar

"O que fazer quanto tudo arde?"

 

Pôr o pensamento a pensar

 

João Ventura

 

“Nesta grande época” - como o polemista vienense Karl Kraus se referiu à sua num texto profético por si mesmo lido a 19 de Novembro de 1914 em que exprime a tentação do silêncio contra a degradação da linguagem transformada e prostituída ao serviço de inconfessados interesses mercantis - há um excesso de «fraseologia» que nos é proposta como “opinião”. E essa “opinião”, à força de ser repetida até à exaustão pelos homens da palavra fácil nos mais diversos media, fez-nos esquecer que o seu significado original correspondia a algo muito próximo daquilo a que os gregos chamavam doxa, e que se opõe, portanto, ao pensamento.

 

Neste sentido, os debates, as mesas-redondas, os frente-a-frente que “nesta grande época” de crise (e por estes dias de campanha eleitoral) nos são propostos, raramente expressam a heterodoxia, pois a ideia de uma opinião heterodoxa é em si mesma uma contradição semântica, já que, apenas o pensamento, e nunca a retórica servil e conforme à doxa do momento, pode ser heterodoxo.

 

Pode, então, o pensamento voltar a pensar? E o que é o pensamento?

 

Pensar é uma forma de agudização, a forma mais intensa de discernimento, isto é de expressar um sentimento. Por isso, o pensamento e a linguagem que o expressa, embora objectivos, nunca são emocionalmente neutros. Já Kant dizia que quando se entregava a uma tarefa fazia-o todo o seu calor. E é isso que nos distingue dos répteis que são frios.

 

Assim, pensar, hoje, com calor, é discernir outras possibilidades para o mundo. Isto é, encontrar cesuras, fendas no pensamento totalitário que rege quer o politicamente correcto quer os fundamentalismos de todo o tipo que marcam a experiência contemporânea, aprisionando um pensamento que parece já não ser capaz de pensar emocionalmente o mundo, incapaz de retraçar as figuras que a história vai arquivando. Caídos na imanência dos dias que correm acomodamo-nos aos lugares fixos, somos cada vez mais espectadores indiferentes, contempladores insensíveis de um mundo sem remissão, de onde a política, contra todas as aparências, parece ter desertado. O primado da economia sobre tudo o resto é uma consequência do niilismo moderno que aprisionou os homens no labirinto do mercado.

 

O torvelinho da técnica, irmã da economia, tudo arrasta no seu vórtice, originando novas patologias de posição, desenraizadas, transitórias, etéreas. A política há muito que deixou de ser um caminho para a paz e a plenitude para se transformar numa estratégia guerreira de ascensão ao poder. O ambiente enlouqueceu perante a obscena indiferença do mundo. “Que fazer quando tudo arde?”, como pergunta António Lobo Antunes num romance homónimo. Talvez “pôr o pensamento a pensar”, desenhando mapas e contra mapas do porvir do mundo. Talvez, sermos heterodoxos.

 

 

 

 

 

João Ventura - Publicado no blog O leitor sem qualidades

tags: , ,
publicado por ardotempo às 00:26 | Comentar | Adicionar
Sábado, 22.01.11

Desenho

Desenho

 

 

 

 

 

Tinta china e aquarela, 2011

tags: ,
publicado por ardotempo às 12:41 | Comentar | Adicionar

A Natureza dá sua notícia

 

Empédocles manda lembranças


Mariana Ianelli


A fotografia é da ordem do extraordinário: a visão noturna de uma cidade timidamente iluminada, com suas construções baixas em tom de ouro velho na penumbra e, ao fundo, contornando a silhueta da montanha ao pé da qual a cidade se espalha, uma cascata vermelho-viva rompendo encosta abaixo. Invisível na foto, o cimo da montanha é a razão do espetáculo.

 

Há anos que o vulcão Etna não se exibia assim com tanto luxo. De tempos em tempos, a força de suas profundezas parece querer dar notícias da sua exorbitância. Nem por isso povoados milenares deixaram de viver à sua sombra. A cidade de Catania já uma vez precisou ser refeita das cinzas pela audácia de haver se estabelecido a apenas 18 quilômetros do vulcão. Mas essa audácia, longe de ser uma insolência, é mais uma tenacidade de amante, uma cumplicidade que atrela o poder da natureza à história de uma ilha que abrigou nas suas grutas os ciclopes de Homero, que recebeu a visita de Platão e inspirou cantos épicos de Virgílio.

 

Aos templos da Antiguidade, aos teatros grego e romano, às dezenas de piazzas, fontanas, duomos e palazzos, junta-se o Etna como mais um monumento, tão ancestralmente vivo quanto a herança histórica e cultural das cidades sicilianas. Na verdade, não é menor a intrepidez de viver onde se ergueu o portento de tantos poemas, episódios e mitos da história ocidental do que a ousadia de dormir e acordar aos pés de um dos maiores vulcões ativos do mundo. É essa intimidade sobre-humana com a potência da terra que nutre a lenda de que Empédocles teria se jogado em uma das crateras do Etna, oferecendo-se em sacrifício de amor aos deuses, como antes oferecera à Natureza seu pensamento. Que teria se purificado no regresso aos quatro elementos, de sua união fazendo elevar-se o Éter. Que teria encontrado no magma o seu banho lustral.

 

 

 

 


A imagem daquele rio chamejante descendo a montanha no meio da noite, que registrou mais uma erupção do Etna na semana passada, se amedronta pela ameaça de uma catástrofe, também fascina pelo seu aspecto fantástico, que lembra Empédocles na versão romântica de Hölderlin: um taumaturgo no topo do vulcão, como um cristo dos poetas, que se despede dos homens conclamando-os a serem livres, iguais e irmãos. Para que se entreguem à Natureza. Que voltem, afinados com os deuses, os cânticos. Para que todos se lembrem do que mataram por descuido. Para que amem.


Mariana Ianelli - Publicado em Vida Breve

publicado por ardotempo às 12:34 | Comentar | Adicionar

Produto e hábito

A mentira

 

A mentira sustentada com frequência, com publicidade e nutrida pelas palavras de um departamento jurídico transforma-se numa outra versão da verdade de uma realidade paralela.

 

Habitamos o lado obscuro da Terra.

 

publicado por ardotempo às 12:05 | Comentar | Adicionar
Sexta-feira, 21.01.11

Apoio à Jornada Literária de Passo Fundo

 

Apoio oficial à Jornada de Passo Fundo

 

A Secretaria de Cultura do Estado vai se mudar para Passo Fundo de 22 a 26 de agosto deste ano.

 

O anúncio foi feito pelo escritor e secretário da Cultura Luiz Antonio de Assis Brasil na noite de quinta-feira, no lançamento da programação oficial do evento, um dos mais bem-sucedidos projetos de incentivo à leitura do país. De acordo com Assis Brasil, a transferência da secretaria e de suas principais diretorias para Passo Fundo é um gesto simbólico de apoio à Jornada, que também deve contar com apoio do Estado via renúncia fiscal pela LIC.


– Temos de fazer as pessoas voltarem a acreditar na LIC – disse Assis Brasil, numa referência ao esvaziamento do sistema depois dos escândalos registrados nos últimos anos.


A solenidade, realizada no salão do Teatro Bourbon Country, não foi apenas para lançar a programação deste ano, mas comemorar os 30 anos do evento, que começou modesto em 1981. Tânia Rösing, a coordenadora das jornadas, agradeceu aos escritores que ajudaram a consolidar o projeto lembrando dos participantes daquela primeira edição, que contou com o apoio fundamental do escritor Josué Guimarães, autor de A Ferro e Fogo.


– Que bom que o Josué concordou em participar da Jornada, e que bou que ele chamou o Sérgio Caparelli, o Mario Quintana, o Armindo Trevisan, o Moacyr Scliar, a quem homenageamos e por quem estamos na torcida neste momento, e que todos eles foram para Passo Fundo para uma jornada que foi realizada sem tom acadêmico mas em um clima de muita disposição. – comentou ela em seu discurso.


Três participantes frequentes da Jornada, os escritores Luís Augusto Fischer, Ignácio de Loyola Brandão e Alcione Araújo, deram seus depoimentos sober a importância da jornada e sobre suas participações anteriores. Fischer, que estava lançando um livro com textos de escritores que já participaram a Jornada falando sobre a experiência da leitura (crônicas, ficções, poemas), elogiou o trabalho firme da coordenação da Jornada mesmo quando ele não aparece.


–  A Jornada faz, metaforicamente, um pouco aquilo que nos acostumamos a reclamar que os políticos não fazem: enterrar canos, obras de infraestrutura que não aparecem. A Jornada faz um trabalho de base que não é visível e que é difícil de mensurar, mas que tem seus resultados nos índices de leitura da cidade.


Ignácio de Loyola Brandão contou um causo de sua primeira jornada, a 2ª, quando, em companhia da escritora Nélida Piñon, desembarcou em uma Passo Fundo fria e debaixo de chuva para falar para uma plateia incerta.


– Não havia viva alma na rua, chovia, fazia frio, e eu e a Nélida nos olhamos e pensamos: quem vai assistir uma palestra nossa numa noite como essa. Nos levaram até um ginásio inacabado, entramos por uma passagem de concreto nos fundos, um clima  “Fantasma da Ópera”, mas quando chegamos ao palco o ginásio estava lotado. Tinha gente na arquibancada, na pista, até no teto. A Nélida olhou pra mim e falou: nos trouxeram para o lugar errado, vai ter um show de rock aqui.


Alcione Araújo, que, junto com Loyola é um dos apresentadores frequentes da Jornada, elogiou a singularidade da Jornada por seu processo de preparação dos leitores – o que a diferencia de outras festas literárias.


– O que torna a Jornada especial e diferente de todas as outras festas literárias, feiras e bienais de livros é que ela tem um foco, foi criada pensando nos leitores, na formação e no estímulo do hábito da leitura, em uma instituição voltada para a educação (uma Universidade) que não perde isso de seu horizonte.

 

 

 

 

Publicado no jornal Zero Hora

publicado por ardotempo às 12:00 | Comentar | Adicionar
Quinta-feira, 20.01.11

Alô...Alô...Alô...

Telefones públicos

 

 

 

 

Mario Castello - Telefones públicos / Aeroporto Santos Dumont Rio - Fotografia (Rio de Janeiro RJ Brasil), 2011

publicado por ardotempo às 12:50 | Comentar | Adicionar
Quarta-feira, 19.01.11

As capas dos livros

Breve historia de las cubiertas (Breve história das capas de livros)

 

Alberto Manguel

 

 

 

Oscar Wilde sostenía que sólo la gente superficial no juzga por las apariencias; su observación redime al lector que, obnubilado por la cantidad de títulos que impúdicamente se le ofrecen desde los escaparates de las librerías, se deja seducir por aquellos con las cubiertas más vistosas o más originales, más elegantes o más audaces.

 

Para quien nada sabe de un cierto libro (título misterioso, autor desconocido, editor ignoto) la cubierta ilustrada insinúa el contenido, como en una suerte de adivinanza iconográfica ofrecida a la perspicacia del lector. Todos hemos comprado un libro a causa de la cubierta, desde aquellas primeras de Alianza que revolucionaron el diseño editorial con sus invenciones surrealistas, hasta las más recientes, ingeniosamente elegantes, de la pequeña editorial mexicana Almadía.

 

A los veinte años, Truman Capote, temprano conocedor de las estrategias comerciales, insistió para que su primer libro, Otras voces, otros ámbitos, apareciese con la foto del propio Capote en la cubierta, reclinado lascivamente como una odalisca en su diván. No cabe duda que, sin descontar los méritos literarios del libro, fue la cubierta la que lo convirtió en un succès à scandale. Sin embargo, como los grandes seductores, las cubiertas también mienten.

 

¿Cómo suponer que una mano femenina sosteniendo negligentemente una copa de champagne corresponda, en una cubierta de los años sesenta, a Madame Bovary? ¿Qué relación pudo haber imaginado cierto diseñador argentino entre contenedor y contenido cuando eligió ilustrar una edición de Macbeth con un paisaje alpino, incluidas las vacas con sus cascabeles?

 

¿Y por qué aparece Borges (o alguien que se parece a Borges) del brazo de un joven hippie sobre la cubierta de una edición colombiana de El Lazarillo de Tormes?

 

La historia de las cubiertas es mucho más reciente que la historia del libro. El libro nace hace unos seis mil años, en Mesopotamia, bajo la forma de tabletas de arcilla, generalmente conservadas en cajas de cuero o de madera; las primeras cubiertas remontan apenas al siglo V de nuestra era cuando el códice de hojas plegadas empezó a remplazar casi por completo los engorrosos rollos de papiro. Para los primeros lectores de códices, como para los lectores de nuestros textos electrónicos, sólo el contenido del libro era tenido en cuenta: la cubierta poco importaba. Durante largo tiempo, las cubiertas sólo tuvieron una función práctica: proteger el libro que cubrían.

 

Puesto que los códices eran guardados acostados sobre los anaqueles, las cubiertas llevaban a veces el título (o el nombre del autor) escrito en el lomo o en el costado: esta voluntad de identificación tal vez contribuyó más tarde al deseo de decorarlas. Si bien hay ejemplos de cubiertas decoradas en los siglos V y VI, la costumbre de dar a la cubierta su propio valor estético no se estableció hasta siglos después.

 

En la alta Edad Media, y sobre todo en el Renacimiento, las cubiertas transformaron al libro en objeto de lujo, y la encuadernación fue reconocida como un arte en sí mismo, a medio camino entre la orfebrería y la alta costura. Si la encuadernación artesanal, aún en nuestros días, da a un libro una identidad única y privada, las cubiertas impresas, sobre todo a partir de los finales del siglo XIX, brindan la ilusión de una uniformidad democrática. Curiosamente, sin embargo, esa misma uniformidad puede ofrecer a un libro una nueva vida. Bajo otra cubierta, con otro diseño, un cierto texto se vuelve original, adquiere una virginidad artificial. Es así como, después de una adaptación cinematográfica, los clásicos se disfrazan de best seller, y un Brad Pitt reluciente de sudor sonríe sobre la cubierta de nueva edición de la Ilíada. A lo largo de los siglos, las cubiertas cambian, multiplican sus estilos, se vuelven más complejas o más discretas, más comerciales o más exclusivas.

 

 

Siguen ciertos movimientos artísticos (las efusiones neogóticas de William Morris o los inventos tipográficos del Bauhaus), se pliegan a voluntades comerciales (la unificación de diseños de las colecciones de bolsillo o la identificación de ciertas maquetas con la seudoliteratura del best seller), adoptan y definen géneros literarios (las cubiertas de las novelas policiales o de ciencia-ficción de los años cincuenta).

 

A veces los diseñadores de cubiertas quieren ser más literarios que los autores del texto, y es así como dan a luz cubiertas en las que no aparece el título del libro (la edición inglesa de Aqua de Eduardo Berti) o remplazan el título con el primer párrafo del libro (la edición canadiense de Si una noche de invierno ... de Calvino) o el título y el nombre del autor aparecen impresos boca arriba (una edición alemana de Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne). En tales casos, el lector siente que la cubierta ha incurrido en algo asó como una falta de lèse-majesté.

 

Para su lector, la cubierta de un libro tiene algo de documento de identidad, emblema y resumen del libro mismo, una imagen que define y tal vez hasta usurpa la autoridad del texto. No leemos el Quijote: leemos el Quijote con la cubierta que lleva un grabado de Gustave Doré, o el retrato de Cervantes, o la sobria tipografía de los Clásicos Castellanos, o el azul cuadriculado de la Colección Austral. Entre todos estos (y varios más) está mi Quijote: tiene cubiertas negras, letras blancas y un grabado de Roberto Páez. Ese es, para mí, el Quijote auténtico.

 

 

 

 

Alberto Manguel

Imagens: Capas de livros com fotografias de Mario Castello (Efeito Borboleta) e Gilberto Perin (Função Elvis e Don Frutos)

publicado por ardotempo às 14:18 | Comentar | Adicionar

Letras sobre papel

A escrita dos livros


João Ventura


Como escrevem os escritores? Por que territórios da escrita se aventuram para deixar visíveis os rastos no papel? E a que instrumentos recorrem para gravar a consternação do mundo?


Primeiro, há a página em branco que é a praia onde se derrama a escrita. E que pode ser, também, a figura atrás da qual se escondem os rostos dos escritores. Muitos escrevem na banal folha A4 espécie de praia comum e sem surpresas, pronta a ser apagada pela subida da maré, que é como quem diz, a ser jogada no cesto dos papéis sempre que a corrente da escrita segue um curso diferente daquele que o escritor procura.


Mas a praia, qualquer praia de papel, nunca é virgem, a areia da página já foi percorrida de uma ou outra maneira e a sua geografia condiciona a inscrição da escrita. A lápis, com caneta de tinta permanente, com esferográfica ou, mecanicamente, utilizando a máquina de escrever, ou a tecnologia do computador, o suporte da escrita condiciona a sua inscrição.


Heidegger desconfiava da técnica, da máquina de escrever: “A máquina de escrever arrranca a escrita ao domínio essencial da mão, ou seja, da palavra”. Outros evocam a máquina de escrever como instrumento de escrita a contra-relógio. “Veio-me à memória um [filme] onde um escritor que não tinha dinheiro encontrava o lugar ideal para escrever, a sala de dactilografia da cave biblioteca da Universidade de Austin. Ali, em filas ordenadas, havia uma dúzia de velhas Remington ou Underwood que se alugavam por dez centavos a meia hora. O escritor metia a moeda, o relógio começava o seu tiquetaque enlouquecido, e o escritor punha-se a escrever como um selvagem para acabar o seu conto antes que o tempo se esgotasse” (in Doutor Pasavento, Enrique Vila-Matas). Nesse tempo havia ainda alguma intimidade entre os escritores e as máquinas de escrever, que até tinham nomes de gente: Remington, Olivetti ou de deuses, como Hermes, o deus das mensagens. Eram nomeáveis e fiáveis, à medida do nosso desejo. Delas, disse Clarice Lispector que “O ruído baixo do teclado acompanha directamente a solidão de quem escreve”. Talvez por isso, Álvaro Mutis continue, ainda, a escrever na mesma Smith Corona onde inventou Maqrol.

Hoje, os computadores, que têm nomes metálicos, baniram as máquinas de escrever, instaurando uma modalidade de escrita sujeita a margens, barras, menus, ferramentas, conexões, links… que tolhem errância na praia deserta da página, deixando-nos mais sós. Ou talvez não. Para Bragança de Miranda, o seu computador "é uma selva de heterónimos, um drama em máquinas", por isso, estima-o como se fosse a "última máquina". Mas se é verdade que por culpa do computador as máquinas de escrever já quase desapareceram, as ferramentas que são uma espécie de extensão da mão – o lápis e a caneta – resistem, deixando os seus rastos em qualquer folha de papel.


Como Hermann Hesse que escrevia nas costas de folhas de calendário, em facturas, em provas tipográficas, anúncios, sem fazer esboços ou correcções. Ou Novalis que em folhas limpas desenhava belas iniciais como se pretendesse imitar as iluminuras medievais, aventurando-se num romance fragmentário. Ou Hemingway e Bruce Chatwin que escreviam em cadernos moleskine. Ou Robert Walser que escreveu a lápis 526 “microgramas” em folhas separadas: envelopes, margens das folhas dos jornais, formulários oficiais, etc., autênticos labirintos de escrita que levaram vinte anos a ser decifrados e foram recentemente editados em duas mil páginas com o título Território do lápis (para quando a sua edição em Portugal?). Ou Robert Musil cujo fogo da escrita só verdadeiramente incendiava o papel no momento da correcção das provas tipográficas. Ou Jack Kerouac que, num ritmo alucinante alimentado a café e ao som do jazz improvisado, como se fosse um Proust "só que mais rápido", como ele gostava de afirmar, dactilografou Pela Estrada Fora (On the road) num parágrafo único, sem pontuação num rolo de trinta e seis metros de comprimento que o próprio manufacturou juntando 13 folhas de papel com três metros de comprimento cada uma, coladas com fita-cola e recortadas depois para que pudessem entrar na máquina. “Um único e magnífico parágrafo, de vários quarteirões, rodando, como a estrada em si”, disse Allen Ginsberg. Ou Alexander Kluge que escreve, primeiro, num caderno escolar e só depois trancreve para o computador onde redistribui capítulos. Ou António Lobo Antunes que continua a escrever em folhas de prescrição médica do hospital Miguel Bombarda. Ou, numa situação extrema, Vila-Matas que numa viagem de avião, tendo esquecido o diário em casa, transformou o saco higiénico da Ibéria num rascunho de ideias destinadas a uma crónica espasmódica.

 

 

 

Eis como sempre se escreveram os livros, sujeitos às várias modalidades de deambulação pelos territórios do papel, por geografias secretas cujo itinerário o escritor persegue e onde grava com ferramentas pessoais a memória do mundo.


João Ventura - Publicado no blog O leitor sem qualidades

publicado por ardotempo às 14:12 | Comentar | Adicionar
Terça-feira, 18.01.11

Isento de ênfases, blindado ao ufanismo

 

Uma terra só


Flávio Loureiro Chaves


No processo cultural do regionalismo, as obras de Simões Lopes Neto e Amaro Juvenal assinalaram a mais alta expressão literária do gaúcho e também o seu limite histórico, isto é, a desagregação do mito em que outros pretenderam fixar a sua saga heróica.


Por isso mesmo, sob uma perspectiva dialética, estes textos já anunciam o esgotamento do regionalismo.


A Literatura subsequente é varrida pelo sopro de novos ventos: o Ciclo do gaúcho-a-pé, de Cyro Martins, o Incidente em Antares, de Erico Verissimo, e os contos do lbiamoré, de Roberto Bittencourt Martins.


Trata-se de resultantes notáveis de um mesmo processo onde surge um dos traços mais interessantes de nossa literatura atual: a permanência da região e a ultrapassagem do regionalismo. É certo que, em determinados casos, o aproveitamento do manancial folclórico e da linguagem localista sustentaram a continuidade de uma manifestação gauchesca.


Tal não é o caso de Aldyr Garcia Schlee. Aqui o passado histórico retorna como uma força subterrânea para recolocar o espaço sul-rio-grandense e o gaúcho no núcleo da matéria abordada. No entanto, não é lícito relacioná-lo à vertente do regionalismo.


Estamos, antes, diante do que Antônio Cândido denominou super-regionalismo, assegurando a universalidade na observação da particularidade.


A ficção de Aldyr Garcia Schlee pertence aos novos caminhos que se abriram durante os anos setenta, após a renovação roseana.


Seus temas profundos, capazes de garantir a amplitude da comunicabilidade, são a concepção trágica da existência e o absurdo essencial que aciona os personagens.


Aldyr Garcia Schlee só observa o passado heróico para confrontá-lo com o presente desprovido de magia.


Nesse processo, a sua ficção simultaneamente mantém o cenário tradicional para inseri-lo numa temática já situada na fronteira da modernidade.


Entende-se, portanto, que estejamos diante e um fato literário cuja importância não pode ser desprezada – o vínculo entre a tradição de raiz gauchesca e uma problemática que pertence ao homem contemporâneo de qualquer latitude. Eis um texto que se legitima a si mesmo.

 

 

 

 

Estou certo de que o desenvolvimento ulterior da obra de Aldyr Garcia Schlee nos permitirá parafrasear em relação a ele o que Tristão de Athayde em certa ocasião afirmou de Erico Verissimo: “não haver escritor que mais honre sua região, sendo o menos regionalista e ufanista de seus filhos”.


Isento de ufanismo, Aldyr Garcia Schlee revela-se legatário de uma tradição e proponente de um estilo que a renova.

Flávio Loureiro Chaves

Imagem: O escritor, por Alexandre Schlee Gomes

publicado por ardotempo às 20:54 | Comentar | Adicionar

Editor: ardotempo / AA

Pesquisar

 

Janeiro 2011

D
S
T
Q
Q
S
S
1
2
3
4
5
6
7
8
9

Posts recentes

Arquivos

tags

Links