Terça-feira, 18.05.10

300 retratos não-digitais de amigos

El Facebook de Byron

 

Enrique Vila-Matas

 

En Coyoacán era tanta la calma que parecía que el cielo se hubiera juntado con la tierra, abatiendo el ruido con su peso. Caminaba pausadamente junto a Sergio Pitol y Juan Villoro y de pronto oímos la voz de un niño gritándole a otro a voz en cuello: - ¡Tengo 300 amigos!

 

El grito me llevó a recordar que Félix de Azúa había comentado, no hacía mucho, que la vida de las nuevas generaciones está apantallada. La mejor prueba de esto la ofrecía aquel niño, víctima indudable de las pantallas de Internet. Porque sin Facebook era difícil comprender que alguien pudiera llegar a creerse tan descomunal cantidad de amistades. Claro está que siempre nos quedará lord Byron. Acabo de leer la minúscula biografía (Nortesur) que le escribiera Giuseppe Tomasi di Lampedusa y en ese pequeño gran libro hay dos evidencias. Una es la de que el poeta Byron tenía muchos amigos, 300 como mínimo.

 

Y la otra, el gran sentido del humor del que está dotado su biógrafo, como lo prueban las líneas en las que se nos cuenta que una mañana, cuando se disponía a viajar para ir a verla, Byron recibió la noticia de que su madre había muerto. No estaba enferma, solo demasiado gruesa y un poco asmática.

 

Poseía un osezno al que quería mucho y que tenía en su salón. "Ese osezno enfermó y murió: la buena señora se sintió desesperada, pero, por la tarde, cuando empezaba a recobrarse, le llegó la cuenta del tapicero. Se enfadó tanto que le dio un ataque de apoplejía y, al llegar la noche, ya estaba muerta. Byron llegó a tiempo solo para las exequias de su madre y del oso, que se celebraron conjuntamente". Precisamente Azúa, a propósito de este Byron de Lampedusa, ha comentado que, cuando comparamos nuestros héroes habituales con los antiguos, es imposible no sonreír ante la paradoja de que todo siga igual siendo por completo distinto. Se refería a los héroes de las multitudes y al hecho de que el bello y cojo Byron fue una figura mediática antes de que estas existieran. Fueron tantos los amores del lord que estos apenas caben en una biografía tan mínima como la de Lampedusa. Y lo que cabe aún menos es la turbadora historia de Ada Byron, la hija del poeta, hoy en día considerada una precursora del software y una auténtica visionaria de la informática (quizás la primera), nada menos que un siglo antes de la invención de los ordenadores.

 

¿Fueron los Byron los médiums utilizados por extraterrestres para revelarnos la dimensión digital y apantallarnos? Alguien tendría que indagar en esa sospecha. En realidad hubo en la vida de Byron solo tres amores verdaderos: su esposa, su hermanastra Augusta (le dedicó grandes versos) y Teresa Guiccioli. Y, al parecer, 300 amigos, tantos como los del niño del Facebook de Coyoacán.

 

A su muerte, dejó a su camarada Hobhouse una carga preciosa: el Don Juan inacabado, sus memorias autógrafas y una gran caja. Sus memorias las arrojaron de inmediato al fuego su esposa y su hermanastra. La caja fue abierta y contenía 300 miniaturas: "Byron, hombre asaz meticuloso, hacía pintar los retratos de todos los amigos a los que quería y de todas las mujeres a las que había amado. Y cada miniatura estaba guardada en un sobre de marroquinería". Nos creemos ultramodernos y digitales, pero Facebook, con sus 300 retratos, ya estaba en la elegante caja de Byron. "Todo está en todo" es el entrañable lema de los alquimistas que tanto complace a Sergio Pitol. Y sí. Todo está en todo, es verdad, aunque la caja con sus 300 estuches (puede verse en el Museo Byron de Newstead) es de una belleza muy superior a cualquier página digital con 300 fotografías de amigos o de oseznos contemporáneos, lo que nos confirma tanto la paradoja de que el mundo de hoy es idéntico al de antes (siendo por completo distinto) como la sospecha de que cualquier Facebook pasado fue infinitamente mejor.

 

 

Enrique Vila-Matas - Publicado em El País

tags: ,
publicado por ardotempo às 22:36 | Comentar | Adicionar

Literatura hospedada

Hotéis de passagem - I

 

João Ventura

 

Todos hotéis são por natureza lugares transitórios.

Alguns são hotéis de passe para amantes ocasionais. Outros são hotéis passagem para transeuntes nocturnos roçando abismos por cruzar.

 

E outros há, ainda, que são protagonistas de histórias em que a realidade supera a ficção, como um tal Hotel Cervantes, situado numa rua do centro de Montevideu que aparece em dois contos de Julio Cortázar e Adolfo Bioy Casares, e que serve de pretexto para a crónica que Vila-Matas me envia para publicação no próximo número da Atlântica. Lembro-me de há cerca de três anos me ter escapado por um dia desde Colónia do Sacramento, onde acompanhava a minha mulher num seminário de história, até Montevideu, e de ter errado pelo centro à procura de um velho cinema que por ali havia numa rua arruinada nas imediações da despovoada Plaza Independencia – a Soriano, entre Convención e Andes – e de ter ladeado a fachada espectral, sombria, discreta, banal de um hotel perdido no meio de edifícios feios e de despojos depositados na calçada pela vizinhança, que ostentava um grande letreiro onde se podia ler o nome de Hotel Cervantes.

 

Ignorava ainda o desejo de Vila-Matas de, transitoriamente, aí se hospedar um dia quando for a Montevideu e, sobretudo, o mistério da porta entaipada do quarto 205, protagonista do conto homónimo de Cortázar e do outro escrito por Adolfo Bioy Casares, Un viaje ou El mago inmortal, que me chegam agora ligados pela misteriosa porta. Ou não fosse, afinal, para isso que servem as portas dos quartos de hotéis transitórios.

 

Se minimamente suspeitasse dos mistérios que se escondiam naquele segundo andar onde, parece, também Jorge Luís Borges se hospedou, uma noite, com a sua mãe, teria certamente cruzado o balcão da recepção e, quem sabe, subido ao quarto 205 e, noite adentro, escutado as vozes dos passageiros da noite que pernoitavam no quarto ao lado. Mas não.

 

Distraído dos abismos que uma qualquer rua banal pode oferecer ao transeunte ocasional, passei pelo umbral do hotel sem entrar. Procuro no Google e confirmo que o Hotel Cervantes ainda lá está e que, por isso, é de admitir que um dia possamos ler ainda um conto vilamatiano onde que se escutarão, seguramente, os gemidos de amantes ocasionais vindos do outro lado do misteriosa porta, ou não fosse Vila-Matas um coleccionador nato das existências alheias, sobretudo quando essas existências roçam um qualquer abismo que se abre numa noite de insónias no outro lado de um umbral obscuro, ao mesmo tempo que no piso de baixo ressoa uma milonga de Gardel, também ele, tantas vezes, um passageiro da noite montevidiana.

 

 

João Ventura - Publicado no blog O leitor sem qualidades 

tags: ,
publicado por ardotempo às 22:04 | Comentar | Adicionar

Editor: ardotempo / AA

Pesquisar

 

Maio 2010

D
S
T
Q
Q
S
S
1
2
3
4
5
6
7
8
9
20
21
27
28
31

Posts recentes

Arquivos

tags

Links