Terça-feira, 14.06.11

Dia para lembrar Jorge Luis Borges

Más allá de "El Sur", de Jorge Luis Borges

 

José Maria Del Rey Morató

 

Veinticinco años han pasado de la muerte del escritor, ocurrida el 14 de junio de 1986 en Suiza.

 

Esta vez lo recordamos con su cuento “El Sur” (Ficciones. 1944). La primera vez que leí “El Sur” me gustó mucho, aunque había cosas que se me escapaban. Más tarde, a medida que iba sabiendo algo más de ese cuento y de su autor, empecé a entender un poco más, como si las sucesivas capas de conocimientos de por aquí y de por allá me fueran aclarando el panorama.

 

Supe que el cuento mechaba cosas inventadas con otras que en efecto le habían sucedido Borges en su vida real. Supe de la convivencia del autor con una tensión interna que derivaba de ascendencias familiares que influían en su personalidad y que también está presente –esa influencia, como conflicto–, en gran parte de su obra literaria y en muchas de sus opiniones públicas sobre sus compatriotas, sus hábitos culturales, su idiosincrasia y demás. “El Sur”, en definitiva, me parece un gran cuento.

 

Su historia comienza en Buenos Aires en 1939. Una tercera persona del singular narra la acción: desembarcó, se llamaba, era, se sentía. El narrador sabe todo del protagonista y de los personajes. El tiempo verbal elegido por el autor es el pasado: tiene que ver con el peso de sus antepasados en su conciencia y en su identidad, con el mito del coraje que también viene del tiempo de antes y, por fin, con ese lugar –“el Sur”– que es el símbolo de esa memoria criolla tan fuerte. 

 

El protagonista es Juan Dahlmann, nieto de un pastor de la iglesia evangélica, Johanes Dahlmann, abuelo paterno que desembarcó en Buenos Aires en 1871. Juan Dahlmann “secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba” representa al autor, cuyo abuelo materno es Francisco Flores, que murió en la frontera de Buenos Aires “lanceado por indios de Catriel”. El abuelo materno de Borges se llamaba William Haslam y era pastor metodista; y el abuelo paterno fue el coronel Francisco Isidro Borges, montevideano, que murió en combate.

 

Ahí están las dos ascendencias, los dos linajes, las dos fuertes tendencias que se agitan en la mente y el ánimo del autor: por una parte, la civilización, la cultura, el protestantismo, la raíz europea, los libros; y por la otra, el coraje, la violencia, las revoluciones, los militares, los indios, el puñal, el coraje: en otras palabras, la barbarie. Lo notable, en el caso de Borges, es que esa contradicción o dicotomía que se manifiesta como algo familiar y personal de un escritor, no es ajena a tendencias que laten, desde hace siglos, en el seno de las sociedades rioplatenses. Borges las recoge, las obliga a convivir bien o mal y las saca a caminar como se puede por los pagos que siempre quiso tanto.

 

El protagonista del cuento, Juan Dahlmann, es la máscara detrás de la cual está el autor, Jorge Luis Borges.

 

Teniendo presente al Borges real, puede entenderse que las cosas que le suceden a Dahlmann y sus propias decisiones individuales simbolizan algunos rasgos del destino de su país. Ante los dos caminos que sus antepasados le proponen, Dahlmann elige el de la cultura, la civilización, lo europeo, mientras que la circunstancia, el destino, su país le reclaman, le exigen, que se haga cargo también de lo criollo, la barbarie. Al final el protagonista acepta la eventualidad de su muerte trágica en una exhibición de violencia que admira aunque en verdad no le va: una pelea en la campaña, facón en mano, a la manera criolla.

 

No importa que la pelea no sea parte de la realidad de su viaje al Sur, sino en cambio y señaladamente una parte decisiva de su ensoñación, de su memoria, de la memoria de todos los que hacen posible la Argentina de ayer y de siempre. Estas cosas –una pelea criolla en un sueño– suceden, y cuando la responsabilidad de que ellas pasen en los cuentos es de Borges, esas cosas –más allá de «el Sur» de los sueños– siguen viviendo quizá para siempre.

 


 

José María del Rey Morató  - Uruguay

Publicado por Jornalista Vaz

Imagem: El Sur, Desenho de Joaquín Torres Garcia

publicado por ardotempo às 19:24 | Comentar | Adicionar

Complexa sorte

Digamos que você tenha sorte

 

Pedro Gonzaga

 

 

 

digamos que você tenha sorte

e encontre alguém que goste de você

ainda que as razões para esse gostar

possam parecer mais erradas

do que certas

 

digamos que você tenha essa sorte

e que a ela se conjugue um tempo de paz

permitindo que um queira

o que o outro quer

na hora zero e dez mil horas depois

 

digamos, para exercício da poesia,

que essa sorte possa também pavimentar

uma estrada sem desvios nem rotatórias

que permita a vocês andarem juntos

como andaram as criaturas recém-saídas da arca

 

e que num delírio (dolorosamente necessário)

essa mesma sorte alastre sempre

em vossos corpos imperfeitos

ao mero roçar das peles

o fogo intacto dos deuses

 

digamos que essa sorte descomunal

nos sorria uma vez na vida (sou um otimista)

haverá contudo o problema

de reconhecê-la, aceitá-la, vesti-la

dar-lhe o pão com manteiga matinal

 

por essas e outras

quando alguém diz

- ah, o amor é simples

mal contenho a vontade

de cuspir-lhe na cara.

 


 

Pedro Gonzaga  -  

 

pedrogonzaga.wordpress.com

 

 

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publicado por ardotempo às 19:07 | Comentar | Adicionar

Leonard Cohen

La seducción de la tristeza cínica

 

Ya alcanzada por ventura una provecta edad en la que cuesta esfuerzos épicos recordar nombres, títulos, fechas, personas y cosas que alguna vez creíste inolvidables, la memoria se empeña con motivos racionales o enigmáticos en ser instantánea y selectiva, evocadora y emocionada, ante imágenes, poemas, canciones, rostros, sensaciones, momentos fugaces que van a instalarse a perpetuidad en el consciente y en el subconsciente.

 

Sintiendo aversión por todo lo que huela a impuesta o estratégica moda, a publicitada flor de un día, a los continuos inventos huecos del marketing, a estar en la onda que exige cada momento para que te concedan la prestigiosa etiqueta de enrollado, a veces me muestro ciego o despreciativo sin causa ante artistas nuevos que promociona infatigablemente el esnobismo, que pretenden hacerte sentir como un marciano si muestras tu ignorancia ante su supuesta o evidente trascendencia. Y en esa corte bendecida por el vanguardismo, tan cool ella, por supuesto que conviven el arte y la impostura, la adornada nadería y la futura condición de clasicismo, el fraude y la autenticidad, pero eso no evita la pereza inicial a descubrir y a consumir lo que dicta el mercado pretendidamente exquisito.

 

Disponiendo desde la adolescencia o la temprana juventud de una insustituible galería de directores de cine, músicos, escritores, pintores, cantantes y poetas, difuntos o aún vivos y sin intención de jubilar su arte, gente que mantiene intactas a lo largo del tiempo en tu cerebro y en tu sensibilidad las emociones que te regalaron en el primer encuentro, aunque a veces les abandonara el estado de gracia ("no es humano ni posible ser sublime sin interrupción", certificó alguien muy sabio), cuesta trabajo tener los sentidos permanentemente abiertos ante lo nuevo, dejar de apostar sobre seguro, descuidar lo eternamente amado para embarcarse en aventuras coreadas por la inapelable actualidad.

 

Entre mis dioses sin fecha de caducidad, entre los que además de poseer el don de la poesía también recibieron la capacidad para expresarla a infinita gente con su voz honda y con su envolvente música, mediante discos y conciertos, existe en mi altar un profesional de la seducción llamado Leonard Cohen, transmisor de un mundo que yo comprendería aunque no existiera traducción, hipnótico y profundo, sedoso y dolorido, sensual y perturbador, inmejorable banda sonora de la tristeza y el deseo, oscuro y luminoso.

 

El príncipe judío de Montreal nunca se olvida de las alegrías del cuerpo aunque esté obsesionado con las tormentas y los jirones del alma, es descreído y mordaz, está convencido de que la paradoja y la contradicción son esenciales para explicar la vida. Su música puede alcanzar efecto balsámico cuando el estado emocional anda en horas bajas, se lleva muy bien con la soledad, la pérdida y el fin del amor (Cohen aconseja que este te pille bailando), es ideal para lamerse las heridas y añorar el ni contigo ni sin ti, pero también puede ser exaltante, ejercer de afrodisiaco cuando todavía reina la alegría en los dormitorios compartidos.

 

En cualquier caso, esa voz, esas imágenes, esas palabras, la elegante armonía entre lo que dice y cómo lo dice, esa intensidad emocional, esa carnalidad y ese misticismo, esa estética y esa ética te enamoran. Si entras en el planeta Cohen vas a permanecer en él toda tu existencia, ese campo magnético es inextinguible, las canciones que arañaron tus fibras más íntimas hace tanto tiempo, cuando todavía no habían ocurrido demasiadas cosas en tu vida, mantienen su fascinación al sentir la cercanía del crepúsculo. Fueron deslumbrantes en la primavera, pero también otorgan calor al invierno.

 

La primera vez que escuché esa voz fue en 1971, en la banda sonora de Los vividores, un western insólito, romántico y sombrío dirigido por Robert Altman. Nadie me había hablado de Cohen. Salí flotando de esa experiencia. Creo recordar que su primer disco, Songs of Leonard Cohen, se me rayó en poco tiempo al convertir su escucha en obsesión cotidiana. No me abandonó esa sensación opiácea cuando esas canciones fueron concebidas desde una lacerante habitación, cuando la inundaba el amor y el odio, cuando era necesaria una nueva piel para la vieja ceremonia. Me mosqueé cuando el sonido Spector ambientó la muerte de un mujeriego. Después hubo periodos tibios con joyas aisladas. Pero en 1988 llegó una nueva plenitud con una obra de arte en la que Cohen le recordaba conmovedoramente a una mujer que en todas las circunstancias él era su hombre. Y lamenté que por culpa de Buda y su presunta capacidad para otorgar paz al atormentado y redención al pecador pasaran nueve interminables años entre The future y Ten new songs. La primera vez que observé a este hombre actuando en un escenario no precisaba de nadie. Solo necesitaba un taburete y una guitarra para que el público se sintiera en el cielo durante dos horas.

 

Ocurrió en el teatro Monumental. Hace 37 años. Esa magia ancestral se llena de matices cuando le acompañan grupos que entienden su mundo y esos magníficos coros habitados permanentemente por señoras hermosas, con clase. El hombre del famoso impermeable azul sabe mucho de ellas, de su belleza y su misterio, de los días de vino y rosas y de la desolación, de trajes con rayas y de sombreros. Lo que más me gusta de Cohen es oírle cantar, pero también es muy grata su poesía impresa, la de Vamos a comparar mitologías, La energía de los esclavos, Flores para Hitler, La caja de especias de la Tierra. El narrador de El juego favorito y Los hermosos vencidos me interesa menos. Lo suyo es la lírica.

 

Y, por supuesto, este señor está más allá del elogio, más allá de los premios, incluido el que acaba de concederle la sangre azul. Pero si los premios tienen que existir, él se los merece todos. Incluido el Nobel de Literatura. Con permiso de Dylan, al que también acabarán concediéndoselo si los académicos se operan la miopía. Las canciones de ambos seguirán regalando sensaciones impagables a los receptores en los próximos siglos.

 

Carlos Boyero - Publicado em El País

publicado por ardotempo às 02:40 | Comentar | Adicionar

Editor: ardotempo / AA

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